La identidad de los (ex)combatientes más jóvenes
The identity of the youngest (ex)combatants
Juan Pablo Aranguren
Universidad de los Andes (Colombia)
María Clemencia Castro Vergara
Universidad Nacional de Colombia (Colombia)
Gloria Amparo Camilo
Investigadora independiente (Colombia)
Palabras clave Niñez |
Resumen: Este texto propone una mirada crítica a los referentes de identidad sobre los que se erige la figura de “niño/joven (ex)combatiente”. El texto deconstruye tres dicotomías que prefiguran esta noción, las cuales han moldeado significativamente la comprensión y el tratamiento de estas experiencias: en primer lugar, se cuestiona la rígida división entre niñez-adultez que impone una visión simplificada y esencialista de la infancia y de la experiencia de los (ex)combatientes. En segundo lugar, se desafía la dicotomía guerra-no guerra. Esta distinción binaria tiende a invisibilizar las experiencias ambivalentes y las formas de vida que se desarrollan en zonas de conflicto armado, donde las líneas entre la guerra y la paz son a menudo borrosas. Por último, se examina la dicotomía ingreso y salida de la guerra. Esta perspectiva lineal subestima la naturaleza compleja y prolongada del conflicto armado en la vida cotidiana de las personas y desconoce las formas singulares de tramitar la experiencia en la guerra. El texto discute, así, cómo estas nociones tienden a configurar referentes ideales a partir de los cuales se interpretan las experiencias vitales de los (ex)combatientes más jóvenes y se fijan referentes de identidad para acogerlas. |
Keywords Childhood |
Abstract: This text offers a critical perspective on the identity markers upon which the figure of the «child/young (ex)combatant» is constructed. The text deconstructs three dichotomies that prefigure this notion, which have significantly shaped the understanding and treatment of these experiences: firstly, it questions the rigid division between childhood and adulthood that imposes a simplistic and essentialist view of childhood and the experience of (ex)combatants. Secondly, it challenges the war-no war dichotomy. This binary distinction tends to make invisible the ambivalent experiences and ways of life that develop in areas of armed conflict, where the lines between war and peace are often blurred. Lastly, it examines the entry and exit from war dichotomy. This linear perspective underestimates the complex and prolonged nature of armed conflict in people’s daily lives and overlooks the unique ways of processing the experience of war. The text thus discusses how these notions tend to configure ideal references from which the life experiences of the youngest (ex)combatants are interpreted and identity markers are fixed to accommodate them. |
* Correspondencia a / Correspondence to: Juan Pablo Aranguren. Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Psicología. Carrera 1 # 18 A-12, oficina G-205 (11171 Bogotá-Colombia) – jp.aranguren@uniandes.edu.co – https://orcid.org/0000-0001-5892-2153.
Cómo citar / How to cite: Aranguren, Juan Pablo; Castro Vergara, María Clemencia; Camilo, Gloria Amparo (2025). «La identidad de los (ex)combatientes más jóvenes». Papeles de Identidad. Contar la investigación de frontera, vol. 2025/1, heredada 14, 1-9. (https://doi.org/10.1387/pceic.27150).
Fecha de recepción: diciembre, 2024 / Fecha aceptación: diciembre, 2024.
ISSN 3045-5650 / © UPV/EHU Press 2025
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Creative Commons Atribución 4.0 Internacional
Este texto es producto de cerca de seis encuentros en los que discutimos sobre la experiencia de quienes son nombrados habitualmente como «niños excombatientes» en el marco del conflicto armado colombiano. Con base en nuestras experiencias de escucha de las historias de vida de combatientes y excombatientes de grupos armados al margen de la ley, jóvenes y no tan jóvenes y que ingresaron a estos grupos siendo «menores» o «mayores» de edad o que emprendieron un tránsito a la vida civil tempranamente o hacia una edad madura, establecimos un diálogo orientado a desnaturalizar los lugares comunes sobre los que se fija la experiencia de identidad del «niño excombatiente». A lo largo de nuestros encuentros discutimos, entre otras preguntas: ¿qué implica crecer en el marco del conflicto armado, siendo combatiente? ¿qué implica ser joven en la guerra al interior de un grupo armado? ¿cuándo se sale de la guerra? ¿cuándo se ingresa a la civilidad? ¿qué es lo que permite distinguir entre guerra y vida civil? ¿se es un niño en la guerra cuando se han asumido las mismas responsabilidades que los adultos? ¿se es un niño en la guerra cuando se ha tenido el poderío de las armas o la voz de mando? ¿en la guerra existen cortes temporales y ritos de pasaje que marcan el crecer o el envejecer? Nuestras discusiones estuvieron orientadas también por nuestras experiencias desde la academia o el acompañamiento psicosocial y desde perspectivas teóricas que se nutren del psicoanálisis, la psicología de la liberación y la psicología comunitaria.
A partir de nuestros encuentros empezamos a deconstruir los referentes de identidad sobre los cuales se erige la noción de «niño/joven (ex)combatiente» y vimos la necesidad de analizar críticamente conceptos convencionales sobre el desarrollo vital como infancia, niñez, o adolescencia y comprensiones prefijadas sobre la guerra, la vida civil y los cortes temporales sobre el ingreso o la salida de un grupo armado. Dado que estas nociones, comprensiones y temporalidades están en la base de la definición misma de «niño/joven (ex)combatiente», construimos un texto en el que optamos por hablar de «la experiencia de los más jóvenes» para hacer alusión a aquellas personas que bajo la ley colombiana se reconocen como menores de edad, esto es, menores de 18 años. Al mismo tiempo, nuestra discusión nos fue llevando a realizar una lectura de sus experiencias en la guerra teniendo en cuenta que de estas se desprenden eventos significativos, no sólo por su carácter violento o su potencial traumático, sino también por los aprendizajes que conllevan, la diversidad de vínculos que posibilitan y los afectos que allí se entretejen.
Para comprender estas experiencias subjetivas, en este texto ponemos en tensión ciertas dicotomías que emergen en la lectura y el actuar institucional cuando se habla de un «niño/joven (ex)combatiente»: en primer lugar, la dicotomía ideal niñez-adultez que, en muchos casos, excede el concepto común de lo que implica ser grande o chico, joven o viejo, inocente o experimentado, por lo que limita la posibilidad de entender el crecer en la guerra. En segundo lugar, mostramos cómo la dicotomía guerra-no guerra impide entrever tanto las presencias de lo bélico en la civilidad como las continuidades —y las rupturas— de la vida civil en el entorno de los grupos armados En tercer lugar, tensionamos la dicotomía que se deriva de la idea de ingreso y salida de la guerra para discutir cómo las temporalidades y los cortes institucionales no necesariamente coinciden con aquellos de las experiencias subjetivas.
1. Las dicotomías convencionales y sus referentes ideales
Las experiencias de los más jóvenes en la guerra son diversas en tanto que están atravesadas por las diferentes formas de vinculación, los diferentes vínculos que se constituyen con el colectivo armado y las diferentes maneras en las cuales se establecen o se rompen las relaciones con el ámbito de la civilidad.
Existe un cierto estereotipo —una suerte de identidad prefijada— acerca de quienes participan de la guerra como combatientes. Suele asimilarse con la imagen de sujetos armados, uniformados, y entrenados para el combate contra un enemigo. Sin embargo, en el caso de los más jóvenes, sus participaciones incluyen también la transmisión de información, la consecución de financiación, la participación en el reclutamiento de otros jóvenes o la realización de acciones esporádicas en contra del enemigo. Todo ello ocurre en muchos casos sin vestir las prendas de un colectivo armado, a veces sin arma de dotación o entrenamiento previo. ¿Se es combatiente a pesar de no tener estas formas convencionales de vinculación?
Las experiencias de los más jóvenes muestran que crecer, desarrollarse o envejecer en la guerra son acciones que no necesariamente corren en paralelo de los tiempos civiles. Los combatientes más jóvenes asumen las mismas responsabilidades de los adultos pues es su calidad de combatientes la que los define en el colectivo armado, no necesariamente su edad. Los más jóvenes, en muchos casos, se enfrentan a que el aumento de la responsabilidad corra asincrónicamente con el paso de los años. ¿Se es un niño en la guerra cuando se han asumido las mismas responsabilidades que los adultos? ¿Se es un niño en la guerra cuando se ha tenido el poderío de las armas o la voz de mando? De hecho, los más jóvenes no solamente asisten a un colectivo armado como actores bélicos ni mucho menos como si solo fuesen «máquinas de guerra». Allí, también establecen vínculos y afectos, pues ni los amores, ni las amistades quedan suspendidos al interior de los escenarios bélicos, sino que unos y otros se entretejen en la cotidianidad de la guerra. Se puede ser combatiente, pero no ser solamente un combatiente.
Con base en nuestras experiencias de escucha y acompañamiento a los (ex)combatientes más jóvenes queremos poner en tensión algunas dicotomías que convencionalmente se emplean para dar cuenta de sus historias y configuran una suerte de identidad prefijada en referentes ideales: primero, la dicotomía guerra-no guerra bajo la cual se erige la imagen estereotipada sobre el combatiente en contraposición de la, igualmente ideal, noción de civilidad. Segundo, la dicotomía que deslinda las fronteras entre la niñez y la adultez, que demarca los períodos de lo que se conoce como «desarrollo vital» y que impide entrever las temporalidades asociadas con crecer o envejecer en la guerra. Tercero, la dicotomía ingreso-egreso que remarca los cortes temporales entre la guerra y la civilidad y que desconoce sus continuidades en la experiencia del sujeto.
Sostenemos que estas dicotomías están presentes en las narrativas de las instituciones de acogida (y en la sociedad en general) y contribuyen a que la experiencia de los (ex)combatientes más jóvenes sea administrada en virtud de una identidad prefigurada a partir de lugares comunes, estereotipos, prejuicios, representaciones sociales, imaginarios y estigmas.
1.1. Guerra-no guerra
La suposición de que los contextos bélicos son los antagonistas de la vida civil ha contribuido a recrear un conjunto de imaginarios sobre lo que acontece en la guerra y en la civilidad. Desde allí, se puede llegar a reafirmar, de un lado, que el orden bélico traza una ruptura con la sociabilidad, que la guerra es una suerte de suspensión de la vida cotidiana, que ser un combatiente escapa a cualquier posibilidad de establecer vínculos afectivos con otro y que, por ende, la guerra supone una fractura identitaria y una ruptura con una trayectoria vital entendida como «normal». Paradójicamente, se asume que esta pérdida de sociabilidad e identidad configuran a su vez una nueva identidad —la de aquel que devino combatiente como resultado de un desdibujamiento de su humanidad—. Del otro lado, se remarca que la civilidad, por su parte, supone la garantía y el goce efectivo de todos los derechos, se basa en el respeto al semejante, está exenta de violencia, no tiene relación con el orden bélico y posibilita que las trayectorias vitales se recorran con cierta apacibilidad y sin la presencia de los horrores de la guerra.
Como se logra entrever, esta dicotomía constituye la base de las comprensiones con las que en muchos casos se busca gestionar institucionalmente la experiencia de los (ex)combatientes más jóvenes y suele formularse como el fundamento de políticas públicas orientadas a lo que se conoce como reintegración y restitución de derechos. La guerra se concibe como si se librase allá, en un escenario distante del aquí de la civilidad. Las instituciones y los profesionales que acogen al (ex)combatiente más joven se inscriben con facilidad en el aquí, como si la guerra no ocupara los intersticios de la vida cotidiana de la sociedad y de las instituciones y como si el joven combatiente hubiese sido arrancado del proceso civilizatorio. La imagen idealizada de los child-soldiers tiene como contracara la imagen igualmente idealizada del welfare-state; «niños-soldados» acogidos por un «Estado de Bienestar» que los ayuda a reencaminar su trayectoria vital por la senda de la protección, a recuperar su identidad perdida y a reengancharlos en una supuesta comunidad protectora. Frente a estas contraposiciones idealizadas emerge, sin embargo, el escenario palpable del conflicto armado: la guerra hace presencia en los ámbitos más recónditos de las instituciones del Estado y de la comunidad de acogida y las promesas de la vida civil no son las de un Estado de bienestar.
El dualismo guerra-no guerra contribuye, así, a erigir un ideal sobre el que se fija la identidad de los combatientes más jóvenes, contrastándolos con un ideal de niñez o juventud civil. Ello, además, delinea una cierta exotización del combatiente a quien se le toma por el sujeto monstruoso que forjó la guerra y al que habría que deconstruir para insertar en la civilidad o por el «buen salvaje» que requiere de re-entrenamiento en las habilidades y destrezas propias de la vida civil. De una parte, se anula la posibilidad de entrever los aprendizajes que brinda la guerra en la experiencia de los sujetos, es decir, qué de esa experiencia bélica es significativa para su trayectoria vital. De la otra, se desconoce la presencia recurrente del conflicto armado en la «vida civil» y se oblitera la posibilidad de comprender los contextos en lo que, justamente, se gestó la vinculación de los más jóvenes al escenario bélico.
Adicionalmente, esta dicotomía contribuye a reducir al silenciamiento la experiencia del (ex)combatiente más joven, en virtud de que todo aquello que ha sido vivido en la guerra se discrimina como inadecuado de ser narrado, peligroso o nocivo para su propia identidad psíquica o mental y social e inadecuado para ser visibilizado en el ámbito de la civilidad. Así, cuando es convocado «en la vida civil» a narrar su experiencia de guerra se espera que lo haga en una voz pasiva y pasada, objetivada como si solo se tratara de un sometimiento a los horrores de lo bélico, reducida a lo que el entrenamiento militar quiso hacer —o deshacer— de él y remitida a tiempos pretéritos y a espacios salvajes o grotescos, de horror y muerte que se presentan en oposición a un presente de paz y civilidad.
El dualismo guerra-no guerra demarca escenarios, temporalidades y rupturas entre los tiempos bélicos y los tiempos civiles, anula la posibilidad de entrever las continuidades entre unos y otros y oscurece los espacios que el conflicto armado comparte con los ámbitos civiles y los armados, con las instituciones y los guerreros. Estas rupturas contribuyen, además, al desdibujamiento de las responsabilidades institucionales en relación con la pervivencia del orden bélico en el presente de los combatientes más jóvenes y erige una particular manera de administrar su experiencia en el ámbito institucional que al no prever o desconocer este continuum guerra-civilidad propone estrategias descontextualizadas y ajenas a sus necesidades y realidades.
1.2. Niñez-adultez
Aplicar categorías de análisis descontextualizadas sobre los conceptos de niñez y adultez, ha posibilitado que la experiencia de los más jóvenes en la guerra sea leída a partir de un discurso sobre el déficit. Al (ex)combatiente más joven se le tiene solamente por alguien a quien su niñez le ha sido truncada, por lo que muchos discursos institucionales pueden llegar a remarcar y contribuir a que él interiorice esta idea. Sin desconocer que las experiencias bélicas inciden de forma significativa en la trayectoria vital de quienes participan de ella en calidad de combatientes, se hace necesario entender los sentidos y significados de esta experiencia para cada uno. Así, de la misma forma que las rupturas temporales entre niñez, adolescencia y juventud no han sido las mismas en todas las épocas, ni en todas las culturas, se hace necesaria una comprensión contextualmente situada sobre lo que significa crecer en el ámbito de la vida guerrera. ¿Cuáles son los cortes temporales y los ritos de pasaje que marcan el crecer o el envejecer en la guerra?
En los grupos armados los más jóvenes adquieren experticias que los habilitan para desempeñarse en acciones de gran responsabilidad, aprenden un actuar estratégico, asimilan discursos y causas, experimentan disciplinas férreas, fortifican el cuerpo y aguzan los sentidos. Se someten a rigurosos códigos de conducta, se comprometen con la disposición a producir daño y destrozo, participan de la acción violenta y mortífera que lleva a arriesgarse al daño, a exponer la vida o a proceder a quitarla. A su amparo, encuentran una ocasión de prestancia, una opción para darle sentido a su existencia, una protección y el resguardo frente a objeciones morales que podrían interrogarles a nivel subjetivo. Crean identidad de cuerpo y vínculos con el colectivo armado; reemplazan sus nombres de pila por un «alias» y se adscriben, en muchos casos con los ideales del grupo.
Crecer en medio de la guerra no siempre da lugar a distinguir la existencia de cortes temporales y períodos de vida convencionales, como el de la adolescencia. Cuando desde temprana edad se asumen responsabilidades y desafíos extremos, se hace un tránsito prematuro a la vida adulta, en una experiencia compleja y cruda, en la cual se hace mayor de manera abrupta y se envejece tempranamente.
Una lectura situada de lo que significan estas marcas temporales abre la posibilidad de poner en tensión ciertas narrativas institucionales que inscriben la identidad del combatiente más joven en la idea de una «infancia perdida» y coadyuvan a situarlo en un discurso deficitario frente a su propia trayectoria vital. La confrontación entre los (ex)combatientes más jóvenes que asumieron responsabilidades de mando en las estructuras armadas ante un discurso institucional que los nombra e identifica como niños y los infantiliza, hace palpable la necesidad de la puesta en tensión de esta dicotomía. De ello se desprendería una suerte de retorno temporal que convocaría al (ex)combatiente más joven a tomarse el tiempo de vivir —ahora en la civilidad— esta experiencia idealizada de la infancia presentada como perdida. ¿Qué implica reclamar para él la necesidad de vivir una niñez e infancia suspendidas o perdidas? ¿En qué tiempo se le pide vivir? ¿Cómo pueden ser abordadas estas experiencias sin la marca deficitaria de una niñez pendiente o de una infancia perdida en el orden bélico?
Los (ex)combatientes más jóvenes que transitan por las vías institucionales a la civilidad tienden así a confrontarse con el extrañamiento de verse identificados como «niños», ser tratados como tales y silenciados en cuanto a su pasado, en aras de la negación de estas vivencias, la protección y la restitución de sus derechos. Tratarlos como víctimas o asimilarlos a esta categoría, así como negar su responsabilidad en la participación en la guerra, limita la elaboración subjetiva en lo que concierne al modo como se pudo estar involucrado en acciones violentas, restringe la posibilidad de conocer las motivaciones de su participación en los grupos armados, y constriñe la opción de dar cuenta de los aprendizajes en estos contextos.
1.3. Ingreso-egreso
Del mismo modo que la dicotomía niñez-adultez marca una ruptura temporal que desconoce los contextos locales en los que se desarrolla cada experiencia vital, se hace necesario analizar críticamente aquella ruptura temporal del «ingreso al grupo armado», de «los tiempos de la guerra», de «los tiempos de la salida» y de «los tiempos de la vida civil». ¿Quién o qué determina que se ha salido de la guerra? ¿Quién o qué determina que se está desvinculado del orden bélico?
Solo cuando las instituciones de acogida reconocen que el más joven se ha «desvinculado» de la guerra, este adquiere la nueva identidad de «excombatiente». Sin embargo, los tiempos del sujeto hablan, en muchos casos, de una continuidad de la experiencia de la guerra más allá de estos tiempos institucionales. Al desconocer la preponderancia del orden bélico en la experiencia vital y al leer el proceso de acogida institucional como una «nueva vida», un nuevo nacimiento, un proceso de «resocialización» o una oportunidad para «vivir la infancia perdida», se desconoce que la experiencia de la guerra se inscribe en la trayectoria vital como un conjunto de eventos significativos. Esto quiere decir que las experiencias de los tiempos de la guerra no constituyen una suspensión de la vida, sino uno —entre varios— de los aspectos relevantes de esta trayectoria vital.
La idea que entraña la dicotomía ingreso-egreso supondría que ante los eventos significativos que acompañan la experiencia bélica, acontece una suerte de ruptura al momento de no participar más de la estructura armada o en el acto de dejar el arma y el uniforme. Pero, como se sabe, dado el carácter significativo de estos eventos, la ruptura no necesariamente acontece con la salida del grupo; los vínculos se mantienen y perviven, ya como un anhelo recreado en la fantasía o en virtud de una vida cotidiana en la que el colectivo del cual se hacía parte no ha dejado de estar para el sujeto. Incluso las experiencias subjetivas de algunos de los combatientes más jóvenes dan cuenta de una «salida prematura», una desvinculación psíquica emocional previa a la entrega de las armas, a la captura o al «último combate». Se puede salir de la guerra aún antes de salir del grupo armado de la misma manera que se puede salir mucho tiempo después de haber transitado y «cumplido» los hitos de los programas institucionales orientados a la «resocialización» y al «retorno a la vida civil». A las preguntas ¿cuándo se sale de la guerra? ¿cuándo se ingresa a la vida civil? se suman necesariamente otras que ponen en tensión las dicotomías y las nociones preestablecidas sobre la guerra y la civilidad: ¿cuándo se dejó de estar en la vida civil? ¿cuándo se ingresó a la guerra?
Para los más jóvenes, una o varias organizaciones armadas pueden estar presentes desde el inicio de su existencia, auspiciándose así una familiaridad con estas que incluso deriva en que los grupos armados se constituyan en un referente de su identidad o una opción de vida. En esas circunstancias no cabe hablar de un ingreso al grupo armado pues la vida cotidiana está atravesada desde el inicio por la presencia de dicha estructura bélica.
Sin embargo, en algunos casos, los más jóvenes ingresan a una organización armada ilegal condicionados por circunstancias económicas, sociales e inclusive familiares o motivados por convocatorias e invitaciones directas. En otros casos, el ingreso ocurre por la coacción de los actores armados, o recurriendo a ofrecimientos veraces o engañosos. Para las organizaciones armadas los más jóvenes tienen un especial atractivo por su disponibilidad, facilidad de aprendizaje, capacidad para seguimiento de instrucciones y su maleabilidad. De allí que dichos grupos construyan diversos tipos de estrategias para persuadirlos y atraerlos.
En los escenarios del conflicto armado, la guerra aparece siempre delineando la experiencia vital de los más jóvenes y configurando, así, el marco de posibilidades de sus decisiones. El proceso de vinculación de los más jóvenes a la guerra en calidad de combatientes será, si no siempre forzado, por lo menos sí marcado por la influencia de la lógica bélica en las decisiones de la vida cotidiana. Si se parte del hecho de que la guerra tiende a imponer límites a los horizontes éticos y epistemológicos y a posicionar tanto sus gramáticas y sus estéticas como sus discursos y sus retóricas, en sentido estricto no habría una vinculación a la guerra en calidad de combatiente que no implique el constreñimiento de la voluntad y la autonomía.
Cuando la lógica de la confrontación armada constituye el contexto de socialización temprana y, en especial, cuando opera como referente de acción y de identidad es prácticamente imposible fijar un corte temporal para la vinculación. La guerra y su poderío apasionan, empoderan, enaltecen, propician arrogancia y desborde de vitalidad. En esta se tejen lealtades, sentimientos de pertenencia, solidaridades infranqueables, amistades entrañables, experiencias vitales de aventura extrema y convivencia, anclaje en estructuras organizadas y con jerarquías, configurándose en muchos casos un vínculo de familiaridad, fraternidad y dependencia.
Por lo anterior, el final de la guerra o de la adscripción al grupo armado no necesariamente implica para los más jóvenes una ruptura con las identificaciones que sostuvieron en esa apuesta ni con el grupo al cual se hizo una adhesión. Cuando se ha socializado durante los primeros años de vida en la guerra, persisten con fuerza sus efectos incidiendo en la configuración de la identidad futura. La categoría de «desvinculado», recibida por ser menor de edad, desconoce estos vínculos y presupone una ruptura que no necesariamente se ha producido o se producirá.
2. Escuchar la voz de los combatientes más jóvenes
Los interrogantes que hemos delineado hasta aquí plantean la necesidad de pensar los tiempos del sujeto que transita entre las experiencias bélicas y las narrativas institucionales. En unos y en otras el sujeto se borra y poco o nada se sabe de él. Cuando habla lo hace para hacer eco de ese discurso del otro: de la institución estatal, de las fundaciones y las ONG, del grupo armado o de la academia. En todas ellas se le inscribe en prefiguraciones de identidad como «niñez», «excombatiente», «salida de la guerra», «retorno a la vida civil». ¿Cómo se puede habilitar un marco social para escuchar al sujeto en sus propios términos? ¿Qué es indispensable para que la experiencia de lo bélico no sea un tema tabú del que no se puede hablar, pero tampoco un chovinismo que impele a no poder hablar de otra cosa?
Posiblemente, esto implica aproximarse a los (ex)combatientes más jóvenes, no como los objetos de intervención sino en función de su experiencia subjetiva. Esto obligaría a reconocer la experiencia de la guerra menos en relación con los discursos institucionales y sus prefiguraciones de identidad y más en torno a los sentidos y significados que adquieren para los mismos (ex)combatientes. Implicaría, por lo tanto, promover formas de participación que controviertan la infantilización del sujeto, que cuestionen las narrativas deficitarias en las que se ingresa a través de la protección institucional y que pongan en tensión la idea de que su protección supone limitar al máximo los lugares y escenarios para hablar acerca de esta experiencia. ¿Hay certezas para poder afirmar que los más jóvenes pierden su capacidad de agencia durante los procesos de vinculación a los grupos armados ilegales?
Esta reflexión tiene como objetivo aportar a una mirada integral que reconozca las transformaciones en los más jóvenes durante la guerra y las transformaciones que ellos realizan en los contextos. Invita a hacer una lectura del continuum biográfico de los más jóvenes en la guerra y a mirar críticamente las ideas de fragmentación, ruptura o negación en torno a su historia en el contexto bélico. Es decir, supone poner en tensión los referentes conceptuales a partir de los cuales se construye una identidad prefijada del «niño/joven (ex)combatiente».
¿Cómo leer la complejidad de las experiencias de los más jóvenes en un contexto de conflicto armado? Este interrogante implica de algún modo entender el continuum biográfico en el que se inscriben estas experiencias, así como los entramados, articulaciones y rupturas, posibilitando que su narración no necesariamente se marque por la idea de un antes, un durante o un después de la guerra. De la misma forma, el escenario igualmente complejo del conflicto armado supone entender que la guerra no se libra solamente en las selvas o en las montañas, sino que afecta las estructuras sociales, económicas y políticas de todo un país tanto en lo urbano como en lo rural. En consecuencia, se hace necesario entrever la complejidad de una experiencia que recorre los ámbitos bélicos y civiles sin delinear sus rupturas, sino más bien remarcando sus continuidades y cotidianidades.
El intento de hacer frente a las lecturas dicotómicas está siempre atravesado por pensar un tercer lugar o una hibridez; sin embargo, es necesario cuestionar estas categorías dicotómicas para hacer evidente su idealización en identidades fijas. No hay una sola forma de crecer y envejecer, no hay solamente momentos de vinculación o desvinculación, ni solamente hay certezas y proyectos de vida; hay experiencias que van y vuelven, se entretejen con los primeros años de vida y emergen en las reflexiones que posibilita la experiencia; hay vínculos que se fortalecen, se debilitan, se pierden, se renuevan, se transforman o se dejan para siempre; hay incertidumbres, azares y coincidencias.
Sin el reconocimiento de sus múltiples historias y experiencias, las ofertas en las rutas institucionales difícilmente son oportunas y pertinentes para los (ex)combatientes más jóvenes. El miedo y la prevención se leen tanto en los rostros de aquellos que conocen sobre su pasado, como en ellos mismos por darlo a conocer. Pero cuando se abre la confianza o son convocados a contar su experiencia en la guerra, pueden ser transmisores imparables de sus hazañas, deleitándose en una narrativa que recompone con minucia los riesgos enfrentados, las hazañas vividas o prestadas de otros y les permite abrazar lo que aprendieron y lo que requieren desaprender en su proceso dinámico de construcción humana. Muy pocas oportunidades se presentan para articularse a escenarios provechosos en un ejercicio ciudadano, a la expresión que dé curso a su creatividad, a una reflexión sobre su actuar, a un ejercicio introspectivo o a configurar un nuevo lugar de liderazgo en lo social. Por el contrario, es en los circuitos de las dinámicas de lo ilegal, lo oculto, lo prohibido o lo ilícito en donde los (ex)combatientes más jóvenes hallan reconocimiento a su experticia y una tentadora valoración de su historial que los cotiza.
Toda vez que el aparataje institucional que acoge la experiencia de los (ex)combatientes más jóvenes tiende a narrarse a sí misma como si hubiese estado por fuera de la guerra, como si el orden bélico no hubiese impactado también su quehacer, se hace indispensable interrogar: ¿qué de la guerra ha permeado las lógicas institucionales?, ¿qué de estas lógicas institucionales ha contribuido a sostener las dinámicas bélicas?