Reconfiguraciones de la identidad trans* en territorios de la espera

Reconfigurations of trans* identity in waiting territories

Victoria Ríos-Infante

Universidad Autónoma de Nuevo León-UANL (México)

Palabras clave

Migraciones trans*
Territorios de la espera
Identidad
Etnografía afectiva

Resumen: Las políticas migratorias de la región han propiciado que en México se produzcan lo que Musset llama territorios de la espera; Tenosique, en el sur de México, es uno de ellos. La espera no es, sin embargo, un espacio-tiempo sin acción. En este texto analizo lo que sucede en ese territorio de la espera en el proceso migrante de ­Nikki, originaria de Honduras, y que llegó en 2018 con su madre solicitando protección internacional. Las medidas burocráticas de externalización de fronteras interrumpieron su tránsito y las hicieron esperar varios meses en La 72, un albergue para migrantes, entre 2018 y 2019. Nikki inició su migración en una identidad masculina, aunque tenía tiempo deseando una identidad femenina. A través de una etnografía afectiva y otras técnicas cualitativas, exploro los procesos reflexivos y materiales relacionados con la identidad femenina deseada por Nikki, como resultado de su experiencia en el territorio de la espera. Con ello, se busca ampliar los entendimientos de las relaciones sociales y la intersubjetividad que se teje en el tiempo-espacio de la espera.

Keywords

Trans* migrations
Waiting territories
Identity
Affective ethnography

Abstract: Regional migration policies have led to the formation of what Musset calls waiting territories, with Tenosique in southern Mexico being a notable example. Waiting should not be understood as a passive space-time. In this paper, I analyze what takes place within this waiting territory during the migratory experience of Nikki, originally from Honduras, who arrived in 2018 with her mother seeking international protection. Bureaucratic measures of border externalization interrupted their transit and caused them to wait several months at La 72, a migrant shelter, between 2018 and 2019. Nikki began her migration with a masculine identity, although she had long desired a feminine identity. Through an affective ethnography and other qualitative techniques, I explore the reflective and material processes related to Nikki’s desired feminine identity as a result of her experience in a waiting territory. The aim is to deepen the understanding of social relations and intersubjectivity woven into the time-space of waiting.

 

* Correspondencia a / Correspondence to: Victoria Ríos-Infante. CAADI, Facultad de Medicina, Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Av. Dr. José Eleuterio González, 235, Mitras Centro (64460 Monterrey-N.L.) – martha.riosi@uanl.edu.mx – https://orcid.org/0000-0002-4607-2419.

Cómo citar / How to cite: Ríos-Infante, Victoria (2025). «Apuntes etnográficos entorno a (re)configuraciones de la identidad trans* en territorios de la espera». Papeles de Identidad. Contar la investigación de frontera, vol. 2025/1, papel 323, 1-19. (https://doi.org/10.1387/pceic.25858).

Fecha de recepción: diciembre, 2023 / Fecha aceptación: septiembre, 2024.

ISSN 3045-5650 / © UPV/EHU Press 2025

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Creative Commons Atribución 4.0 Internacional

 

1. Introducción

Aproximadamente cuatrocientas mil personas cruzan al año irregularmente la frontera sur de México (Cortés, 2018). Las políticas migratorias que regulan esas migraciones se caracterizan por una serie de actividades extraterritoriales, tanto de países de tránsito como países de origen de migrantes, que son demandadas por los países receptores y que tienen el objetivo de controlar el movimiento de migrantes (Olayo-Méndez, 2017, p. 25). La contención se da a través de una serie de medidas para llevar a cabo detenciones mediante restricciones físicas y burocráticas de la movilidad; entre las últimas aparece la instrumentalización del «paradigma de la disuasión», como lo son las largas esperas de resolución de trámites migratorios o de solicitudes de refugio (Torre, París y Gutiérrez, 2021). Dichas políticas migratorias tienen como uno de sus resultados la producción de «territorios de la espera» (Musset, 2015). Un territorio de la espera es la traducción espacial que se genera del habitar un tiempo provisorio, una pausa en el desplazamiento (Musset, 2013; 2015, p. 306); Tenosique, en la frontera del sureste mexicano, es una materialización de ello (imagen 1).

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Fuente: Google Maps, s.f.

Imagen 1

Ubicación de Tenosique, Tabasco

En 2018, Tabasco ocupó el tercer lugar a nivel nacional en registro de solicitudes de protección internacional (Unidad de Política Migratoria, 2018). Doce meses después, casi la mitad de quienes solicitaron refugio seguían en espera de resolución de un trámite que, por ley, establece 45 días prorrogables a 45 más (Torre, París y Gutiérrez, 2021, p. 14). Tenosique solía ser un lugar de tránsito de personas centroamericanas mayormente, pero las políticas migratorias mencionadas antes se han hecho manifiestas en la ciudad con la presencia de múltiples actores que se involucran en la gestión de las migraciones (imagen 2); y que a la vez que producen, administran la espera y el desplazamiento de migrantes.

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Fuente: ACNUR, s.f.

Imagen 2

Mapa de servicios para personas refugiadas y migrantes de Tesonique

Nikki llegó a Tenosique en 2018 junto con su madre, Doña María. Provenientes de Honduras, cruzaron la frontera irregularmente y caminaron por dos días antes de llegar a La 72, el primer albergue en esta ruta —operando desde 2011 por frailes franciscanos— que brinda asistencia humanitaria (hospedaje, alimento, acompañamiento) a migrantes. Ahí pasaron alrededor de nueve meses esperando la resolución de su solicitud de protección internacional, que buscaban para resguardarse de amenazas del crimen organizado en su país; como muchos connacionales y muchas otras mujeres trans*[1] que toman la misma ruta que ellas. Este tiempo intermedio, producto de la espera burocrática, fue para Nikki un tiempo productivo reflexiva y materialmente en torno a su identidad. Nikki llegó a Tenosique con una identidad masculina; sin embargo, durante la espera, tuvo la posibilidad de corporizar una identidad que tenía tiempo deseando: la de mujer. Quienes proponen la noción de territorios de la espera tienen de fondo la pregunta «¿qué pasa cuando no pasa nada, cuando la gente está parada, cuando los grupos tienen que conformarse con una nueva dimensión del espacio y del territorio?» (Musset, 2013). La historia de Nikki permite trasladar esta inquietud al contexto de las migraciones trans*: ¿qué pasa con el deseo trans* cuando se habita un territorio de la espera, cómo se (re)configura la identidad trans* en estos tiempos intersticiales?

En las siguientes secciones, tras una breve artesanía teórico-metodológica, se despliegan una serie de notas etnográficas. A través de cinco diferentes relatos se abordarán elementos que tienen un peso importante en la toma de decisiones de Nikki en este tiempo de la espera. Posteriormente, se cierra el artículo con un ejercicio inductivo, desde donde se buscan hacer algunos planteamientos que, teniendo en cuenta el punto de vista trans*, pretenden abonar a ampliar los entendimientos de los territorios de la espera.

2. Artesanía teórico-metodológica

Las migraciones trans* aparecieron en la academia como un tema de interés en 2017 y se han abordado desde diferentes ángulos: 1) las condiciones de violencia que hacen de esta migración un desplazamiento forzado (Gómez Arévalo, 2017; Almendra, 2018; Lucero Rojas, 2019; Balaguera, 2022); 2) la relación existente entre dispositivos de fronteras migratorias y experiencia trans* (Witon, 2017; Almendra, 2018; Balaguera, 2018; Zarco-Ortiz, 2018; Lucero Rojas, 2019); 3) la relevancia del análisis interseccional para las migraciones trans* (Ríos-Infante, 2020); 4) la relación entre violencias estructurales y agencia de las migrantes trans* (Lucero Rojas, 2019, 2022; Ríos-Infante, 2021, 2022, 2023). La investigación de la que parte este texto se sitúa en estos intereses[2]. Concretamente el objetivo fue mapear y analizar la incorporación de la experiencia de mujeres trans* mesoamericanas en las dinámicas de la migración en Meso y Norteamérica. El abordaje de las (re)configuraciones de la identidad trans* en la espera no fue analizado en ese momento. Pero, con la distancia que posibilita el tiempo, han emergido algunas reflexiones que pueden resultar oportunas para pensar sobre los territorios de la espera. Particularmente, sobre cómo las normas, las violencias, las relaciones sociales, la intersubjetividad que se teje en los espacios de la migración facilitan/constriñen procesos que (re)configuran las identidades cuando se habita la espera.

Para profundizar en el tema resultan relevantes algunas premisas teóricas que acompañen los relatos etnográficos que se comparten en las siguientes secciones. Primero, lo trans* como posición epistémica. En el campo académico, lo trans* constituye «una lente a través de la cual se analiza la realidad social, como una posición epistemológica desde la cual se produce conocimiento crítico» (Pons y Garosi, 2016, p. 320). Si aplicamos esta lente a las migraciones mesoamericanas podemos entender que las migraciones trans* en la región son «el resultado de la imbricación de elementos de diferente orden [que] transcurren en un contexto de fantasías de gobernabilidad sobre el cuerpo y la movilidad»; se caracterizan por constituirse como un cúmulo de agenciamientos de quienes se fugan del cuerpo asignado al nacer y del espacio habitado, cuando este último se vuelve invivible como consecuencia de la violencia que emerge de la lectura que se hace de los cuerpos trans* (Ríos-Infante, 2023, p. 148).

Segundo, la identidad como proceso. «Nosotras [trans*/travestis], lo que más tenemos para enseñar es la construcción de la propia identidad», dice Marlene Wayar (2018, p. 38). La identidad ha sido ampliamente discutida en las teorías feminista y trans. Es una categoría que «intenta nombrar un sendero que se recorre en colectivo, pero que corre el riesgo de ser colapsada en una posición fija, cerrada e inconexa con otras trayectorias» (Pons y Guerrero, 2018, p. 3). Por ello, en este texto se entiende como «el devenir; el trayecto de una vida» (ibid.); como experiencia incorporada y corporizada, material y vivida, que se (re)configura a través de los territorios, en este caso, de la espera.

Tercero, si la identidad se (re)configura en los territorios de la espera es porque hay una relación coproductiva entre identidad y tiempo-espacio. El espacio puede ser entendido también como relación social extendida y, en consecuencia, imbuido en dinámicas de poder, estructuras de significado y simbolismos; por ello, las relaciones sociales que ocurren en un tiempo-espacio determinado tienen implicaciones dependiendo de la posición de quienes hacen parte de las mismas (Massey, 1994, pp. 2-3). Analizar esas posiciones desde un punto de vista interseccional, entendiendo la interseccionalidad como experiencia vivida (Valentine, 2007, p. 14), permite identificar cómo las categorías a la vez que hacen a la identidad también la constriñen; y, si bien estas son afirmadas, también son rechazadas y negociadas constantemente.

Como se mencionó anteriormente, estas premisas teóricas no surgieron en abstracto; sino que están profundamente informadas por las observaciones recogidas durante el trabajo de campo. Para situar metodológicamente el texto, se trata de una investigación cualitativa. Las herramientas que se utilizaron para la recopilación de datos fueron entrevistas en profundidad con 20 mujeres trans* migrantes; 53 entrevistas semi-estructuradas con actores de la gobernanza migratoria[3]; observación participante en La 72 (de septiembre a noviembre de 2018) y en el Programa Casa Refugiados (de finales de noviembre de 2018 a junio de 2019); así como múltiples visitas de campo a espacios administrados por actores de la gobernanza migratoria[4].

Este artículo se nutre, en particular, de la observación participante realizada en La 72, de la entrevista en profundidad con Nikki en 2018, así como de una serie de encuentros afectivos (Pons, 2018) que emergieron como parte del habitar y compartir este territorio de la espera, en el que mi inmersión fue por la vía del trabajo voluntario. Se constituye este texto como una etnografía afectiva (ibid., p. 49) en tanto que, por un lado, se busca asumir la vulnerabilidad analítica de quien investiga, considerando que en el quehacer investigativo y en la producción de conocimiento hay una puesta en juego del cuerpo, la subjetividad y los afectos; y, por el otro, que esta aproximación permite dar cuenta de la inestable linealidad de la experiencia migratoria, de la experiencia del género y las (re)configuraciones de la identidad paralelas a estas.

3. Relatos etnográficos

El verde es el color que prevalece en el paisaje de Tenosique; árboles que alcanzan los 30 metros de altura comparten el escenario con el Río Usumacinta, el más largo y caudaloso de Centroamérica. Más de la mitad de su población —de 62.000 habitantes— vive en situación de pobreza en 2023[5]. Un par de arcos color marrón anuncian la entrada a esta pequeña ciudad. También anuncian la política migratoria que prevalece, pues en ese límite es donde se encuentran ubicados retenes para la vigilancia de la movilidad justo a las faldas del Instituto Nacional de Migración (INM), que es también centro de detención de migrantes irregulares. A un kilómetro de ahí está La 72-Hogar Refugio para migrantes (imagen 3). Para llegar se puede seguir por la calle principal algunos metros y doblar a la izquierda en un camino de tierra. Hay quienes arriban caminando o en taxi y migrantes que llegan siendo «correteades por la Migra», como se le llama coloquialmente a la autoridad migratoria.

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Fuente: Google Earth, s.f.

Imagen 3

Vista del INM y La 72 de Google Earth

En la ciudad, para situar la presencia de la comunidad lgbtiq+, la identidad gay predomina en el imaginario colectivo, siendo el Club Gay Amazonas —una organización de la sociedad civil— un sujeto político fundamental en la comunidad desde 1994 (Parrini, 2018, p. 35). Si bien existe cierta aceptación hacia la comunidad gay, sobre todo la perteneciente al Club, lo trans* es leído con sospecha y temor, como exceso y perversión (ibid., p. 69). En las categorías locales, según Parrini, hay hombres que se identifican como homosexuales, que se viven cotidianamente con nombres y expresiones de género femeninos. En este contexto, personal de La 72 ha documentado y denunciado las violencias de las que son víctimas las mujeres trans* migrantes prevaleciendo la violencia sexual (La 72, 2016, p. 20; imagen 4).

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Fuente: La 72, 2018.

Imagen 4

Mapa de las rutas migratorias El Ceibo-Tenosique y El Naranjo-Tenosique

Esto es significativo para entender la historia de Nikki que llegó a Tenosique con 19 años con una identidad masculina. Durante los meses que tuvo que esperar para la resolución de su demanda de asilo, ese tiempo de habitar el territorio de la espera, decidió emprender una fuga de género e identificarse como mujer. En las siguientes secciones se relatan momentos críticos previos y durante el periodo de espera que tuvieron un impacto en el proceso de (re)configuración de la identidad de Nikki.

3.1. Nikki entre normatividades

Nikki, «como Nicki Minaj» (Nikki, entrevista realizada en Tenosique, 2018)[6], es la forma en que le empezó a llamar su hermana más pequeña ante la imposibilidad de pronunciar su nombre legal. Nombre que, casualmente, esconde una marca de género con la cual Nikki se sentía más identificada. Aunque no se viviera abiertamente como parte de la comunidad lgbtiq+, relata que en su país la gente le leía como chico gay; razón por la cual era blanco de discriminación y rechazo familiar. Sin embargo, aunque no públicamente «desde muy pequeño, desde los cinco años… cuenta mi hermana mayor que me gustaba vestirme como una niña, me gustaban las muñecas y todo eso».

Antes de iniciar su trayectoria migrante Nikki proyectaba dos escenarios posibles en torno a su identidad sexo-genérica; ambos vinculados a concepciones que ella tiene de la «normalidad»:

[«Normalidad» heterosexual]

Nikki: Yo me lo había imaginado de que yo me iba a conseguir una novia por complacerla a ella [su madre], por complacer a mi familia. Pero yo no me sentía bien.

[«Normalidad» homosexual]

Nikki: Mis planes eran ser un chico normal…

Victoria: ¿Qué es ser un chico normal?

Nikki: Gay, pues… Pero, yo no quería ser eso, quería vestirme como una niña.

Los escenarios proyectados de Nikki sobre su trayectoria migrante incorporan la heterocisnormatividad y la homonormatividad; es decir las normas que rigen el género y la sexualidad. La primera de las normatividades hace referencia al principio organizador «del orden de relaciones sociales, política, institucional y culturalmente reproducido, que hace de la heterosexualidad reproductiva el parámetro desde el cual juzgar (aceptar, condenar) la inmensa variedad de prácticas, identidades, relaciones sexuales, afectivas y amorosas existentes» (Pecheny, apud Stang, 2023, p. 69). La segunda es un concepto que comprende la integración del sujetx gay/lesbiana a la sociedad heteronormativa por vía de la asimilación, anulando los elementos que impidan la reproducción de una determinado estado de las cosas (López, 2015, p. 138).

Si bien la noción de «normalidad» de Nikki no es singular; la pluralidad de sus entendimientos de lo normal tienen que ver con la conformación con la hetero y homo normas. Y resulta relevante resaltar que la afectación e implicaciones de la segunda pueden ser tan potentes como la primera; pues, ambas son nociones «que se nutren mutuamente como resultado de una simbiosis normativa de los comportamientos y la expresión sexo-genérica» esperados (Ortiz-López y Pavez-Soto, 2023, p. 103). De manera que Nikki buscaba conformarse a las normas sociales establecidas en torno al género y la sexualidad, incluso cuando su madre aún no estaba considerada en la ecuación de la migración compartida. Sin embargo, entre sus deseos también aparece un sueño medio escondido, vivirse como mujer, al resaltar que aunque lo proyectaba, realmente no quería ser gay sino vestirse como niña; transgresión importante a las expectativas que emanan de los marcos normativos antes señalados.

A esas nociones de normalidad de Nikki se suma otro factor que atraviesan material y afectivamente su cuerpo e identidad: la religión. Habiendo crecido en una familia católica, relata que ella creía que:

Dios tal vez me cambiaría… Quise cambiar, iba a la iglesia, pero no, no cambié… Quería ser un chico normal. O sea, hetero. Quería ser normal para los demás, sí [pausa]. Era para los demás, que miraran los demás. Pero, en realidad yo no era así, porque yo escondía mi identidad.

En el cuerpo de Nikki, en su país, convivían la lucha por el deseo de cambiar, de conformarse a la norma y la lucha por navegar la identidad deseada —que mantenía escondida— como una estrategia para mantener a raya el conflicto familiar, las creencias religiosas y la violencia del entorno. Cuando llega a Tenosique lo hace como Nico, con una identidad masculina. Sin embargo, acá esos marcos de sentido que construyen su representación de lo normal tomarán un giro.

3.2. Nikki entre acompañamientos y festividades

La heterocisnormatividad, antes mencionada, afecta la forma en la que se produce el espacio. En ese sentido, La 72 tiene una particularidad: a pesar de ser un albergue religioso, es referente en atención a la comunidad lgbtiq+ migrante; y con este modelo, si no del todo, la heterocisnormatividad se flexibiliza para darle cabida a otras identidades. Cuando esta casa de migrantes inició su operación, el alojamiento era exclusivamente para hombres; después acondicionaron para poder recibir mujeres. La receptividad a la realidad de la complejidad de perfiles en la migración, como lo es la existencia de la migración lgbtiq+ pero sobre todo mujeres trans*, propició reconfiguraciones en la división del espacio. Es así que cuando Nikki llegó al albergue había módulo de mujeres, módulo de adolescentes no acompañados, módulo de hombres y el módulo lgbtiq+, también conocido como módulo morado. De manera que el género, la sexualidad y la edad determinan los espacios que a quienes llegan les serán asignados.

Al llegar Nikki[7] se le proveyó un lugar en el dormitorio de hombres. Sin embargo, la aparición de las chicas trans* como cohabitantes del espacio interpela a Nikki: «al ver trans; pero, sin definirlas, yo las identificaba como chicas gay, chicos gay… me sentí como, aliada, se puede decir a ellos». Empieza entonces a reflexionar sobre la (no) conformación con sus dos visiones de «normalidad»: heterosexual y homosexual. La presencia de las chicas trans* en el albergue va a convertirse en un elemento que desestabiliza sus planes y le convoca a hacer de la espera un tiempo productivo, para la (re)configuración material de su identidad de género. Y eso se da independientemente de la presencia de su madre en el albergue: «Entonces, cuando vine acá dije: ¡wow! Aquí nadie me conoce, puedo ser quien soy en realidad aunque mi mamá se moleste».

Su proceso de (re)configuración de la identidad de género fue dándose de manera gradual. De la mano de la revelación que constituye la presencia de las chicas trans* se da paralelamente otro proceso, el acompañamiento psicológico que le brindaba Médicos Sin Fronteras por una parte y el acompañamiento pastoral del director del albergue, un fraile franciscano, en ese momento. Ambos acompañamientos se dan desde una postura de apertura y reconocimiento de su identidad deseada. Así, mientras Nikki habita este territorio de la espera se acerca tanto a la psicóloga de MSF como al fraile para discutir su sentir. Respecto a la primera menciona:

Pasó qué, yo le comenté a la psicóloga cómo me sentía, que no me sentía bien con hombres, muchos, y todo. Entonces ella me dijo: ¿quién en verdad tú eres, sabes quién tú eres? No, exactamente, pero, si me identifico como una mujer. Entonces, ella me dio tiempo, me fue dando terapia, fui recapacitando y entonces sí, realmente, de, una noche decidí travestirme y ya, salir.

Pero, habrá otro elemento que también vendrá a jugar un papel importante en la (re)configuración de la identidad de Nikki: lo festivo. En La 72 es común presenciar el «nacimiento» de mujeres trans*; acontecimientos que se vuelven públicos sobre todo en momentos como el carnaval del pueblo o la fiesta en el albergue. En el carnaval, la población de La 72 se vuelve parte de la comunidad tenosiquense y es un tiempo-espacio en el que los controles y vigilancias se relajan (Parrini, 2018, p. 67). En la fiesta, La 72 abre sus puertas a visitantes y la gente se concentra en el comedor para pasar un buen rato y menear el cuerpo. Son espacios atravesados por la celebración, el espectáculo, las vestimentas coloridas, el goce, el desborde de límites, la catarsis. La fiesta ocurre cada sábado por la noche. El comedor se transforma en pista de baile a media luz; y las chicas trans* son las protagonistas de la fiesta: vestidos, tacones, pelucas, maquillaje en medio del clima caliente y húmedo del pueblo.

Esa noche de fiesta Nikki tomó la decisión de travestirse porque ahí «me iba a ver mi mamá y lo iban a ver todos». Ocultar la identidad deseada llegó a un límite y, de golpe y ante las masas, emergió de la oscuridad. Para la transformación, sus compañeres del módulo se involucraron prestando prendas, zapatos o maquillando; acompañando la fuga del género asignado al nacer:

De hecho, yo me llevaba bien con algunos de ellos y me acerqué a una de ellas que fue Daniela, siempre me gustaba la amistad de ella y me acerqué y le digo: yo me siento identificada contigo y quiero ver, quiero ponerme ropa así […] Yo le dije que le dijera a Charloth que me sentía igual que Charloth, entonces, que me prestara ropa. Y ella fue y le dijo y entonces vino Charloth y me prestó ropa […] Y me prestaron unos tacones altos, unas plataformas negras, que de hecho nunca había caminado, pero yo de la emoción les dije sí, y anduve eso. Luego bajé y todas «en show», esa noche fue como wow, quién es esa, qué es eso. Y todo el mundo, normalmente nunca bajaban las señoras ni nada y ese día los módulos de los menores, todos los módulos vacíos, rodeaba ya bien… como cuando hacen fila para comer. Y todos: ¿quién es?, ¿quién es? […]

En ese territorio de la espera asociado al confinamiento y el encierro, esa presentación de la identidad deseada «en show» le da a Nikki un sentimiento de liberación: «me sentí un poco libre al hacerlo». También le produjo «desahogo», no solo al presentarse como mujer, sino también al bailar como mujer en compañía de sus aliadas. Esta práctica de «travestirse» en la fiesta tomará otro giro. Nikki emprende un nuevo camino, pasa de «travestirse en show» a desear vivirse cotidianamente como mujer en este territorio mientras espera la resolución de su trámite de refugio.

3.3. Nikki y la surtidora de tecnologías del cuerpo

En el proceso de materialización de los cuerpos, discursos y prácticas constituyen las tecnologías —en términos foucaltianos: de producción, de signos, de poder y del yo— que permiten analizar las formas en que el poder disciplina los cuerpos y a la vez en que los sujetos subvier­ten ese disciplinamiento (Muñiz, 2010, pp. 38-39). En el proceso de materialización de esa nueva identidad que se gesta en el albergue se vuelven clave dos elementos: las alianzas y los recursos. La Enfermería-Ropería del albergue juega un papel central en tanto que es el espacio donde se tejen alianzas y Nikki se surte de recursos para poder producir materialmente la identidad deseada. Este espacio, que es operado por el voluntariado, está hecho de donativos que constantemente se busca clasificar. Pero, mantener el orden categorial de las prendas es imposible una vez que alguien irrumpe en busca de algo específico. Y claro, la gente remueve en búsqueda de algo que le quede, le sea útil y le guste. Así es como Nikki llega con sus aliadas a la enfermería:

De repente llegaron Dany y otras chicas trans, con ellas venía «Nico» —a quien casi no reconozco en su nueva identidad— con los ojos maquillados, mucho muy fluido y extrovertido, contrario a la personalidad que le conocía, con una playera de algodón gris, sin mangas, cortada, a modo de vestido. Similar a como las usa Dany, quien era la embajadora de la situación y venía al centro de aquella gran algarabía. Llegó diciéndome que Nikki, necesitaba ropa y andaban todas haciendo mucho barullo, se metieron con energía a buscar entre la ropa y los zapatos. (Diario de campo, 25 de septiembre de 2018, Tenosique)

En este escenario, Nikki necesita más que solo alianzas con las chicas trans* para poder materializar la identidad deseada porque los recursos de la Enfermería-Ropería son escasos y hay reglas para su distribución —como que sean entregadas solamente a migrantes de nuevo ingreso—. De manera que necesitan que se abra el acceso a esos recursos que tiene la Enfermería-Ropería, y para que se haga una excepción, requieren la autorización de la «autoridad» —la coordinadora de voluntariado en turno—. Necesitan que reconozca la situación de excepcionalidad cómo válida y ahí la identidad va por delante porque los lemas que corean las trans* son: «¡Hay una nueva chica trans en el módulo! ¡Nikki es una chica trans!»:

Cuando llegaron a la enfermería, María, la coordinadora de voluntariado, dijo: bueno y quién es la que necesita ropa. Entonces salió Nikki, y María se rio y le dijo: vale, ya entiendo, Dany me hubieras dicho. Dany, insistía: Nikki es una chica trans entonces necesita cosas femeninas. Negociaron. María le preguntó que si nunca volvería a usar su ropa de hombre a lo que Nikki respondió que solo cuando fuera a trabajar a la granja. Entonces, María le dijo que tenía que lavar la ropa que ya no iba a usar y llevarla a la Enfermería para donarla y así se podía llevar una muda de ropa [8]. Nikki dijo que entonces solo traería una muda a donar. (Diario de campo, 25 de septiembre de 2018, Tenosique)

Esta (re)configuración de la identidad de Nikki no es solo suya, trasciende lo individual. Al llegar un grupo de mujeres trans* no solo solicitando, sino demandando ropa para Nikki, el proceso de Nikki pasa de lo individual a lo colectivo y de lo colectivo a lo político. La materialización continúa y el entretejimiento de alianzas también:

Ellas buscaban por todos lados, entre las blusas colgadas, los zapatos, las cajas de ropa clasificada. Yo intentaba decirles que todo tenía un orden, que las cosas había que ponerlas nuevamente en su lugar. Nikki se probaba unas prendas y me pedía que la ayudara a bajárselas y luego a quitárselas. Insistían en que tenía que ser algo femenino. Y yo les ayudaba a buscar, se hizo tal alboroto que, a pesar de que irrumpieron y se apropiaron del lugar, ni Quique ni yo (que éramos los encargados del momento) nos atrevíamos a decirles nada. Al contrario, les ayudábamos. (Diario de campo, 25 de septiembre de 2018, Tenosique)

El proceso de la materialización de la identidad de Nikki se vuelve colectivo y trasciende al grupo de las chicas trans*; ahora nosotres, el voluntariado, nos hacemos parte del proceso, no solo al permitir el acceso a estas prendas sino también al buscarlas. Nos involucramos también afectivamente como parte de proceso de materialización de Nikki al decir con entusiasmo: ¡pruébate esto! ¡esa se te ve muy bien! ¡te dije que no te iba a quedar! Nos involucramos en la complicidad que se construye en ese tiempo-espacio en la Enfermería-Ropería. Complicidad que tiene una función en el proceso de materialización de la identidad de Nikki.

Estas prendas que son rescatadas de la Enfermería-Ropería también serán sometidas a un proceso de transformación: la re-confección. Un procesamiento de la ropa en donde queda a veces algún rastro de aquella blusa o pantalón que transita de la Enfermería-Ropería al Módulo Morado. El tratamiento de las prendas refuerza materialmente la identidad de las trans* en el albergue en tanto que afirma su identidad femenina:

Se quería llevar un vestido de niña, muy pequeño, que intentó metérselo a la fuerza, cuando se lo metió se escuchó la tela rasgarse. Nos reímos. Pero, ella estaba necia con que le encantaba y que le gustaban mucho así los vestiditos con olanes… Y así pasó. Se fueron con la misma energía con la que llegaron. Más tarde, en la formación, María me dijo: ¿has visto a Nikki? Mírala, allá en la esquina, está muy feliz con su vestido nuevo. Evidentemente, el nuevo vestido ya había sido modificado, y Nikki, mientras se daban los anuncios y las buenas noches, se miraba el vestido, se lo sostenía de lado a lado; se movía y hacía medios giros en su lugar mientras admiraba los olanes rosas. (Diario de campo, 25 de septiembre de 2018, Tenosique)

Un día después, Nikki regresa sola a la Enfermería-Ropería. «Empezó a buscar entre la ropa, quería faldita y pantalones. Dijo: ahhh también brasiere, porque mira ando así, plano» (Diario de campo, 26 de septiembre de 2018, Tenosique). Nikki regresa a la surtidora de tecnologías para materializar su identidad, en un momento en el que no hay personas en espera de ser atendidas y, en ese momento, el lugar es responsabilidad de una sola voluntaria: yo. Emerge otra vez la alianza-complicidad para surtir a Nikki, quien ahora busca recursos más sofisticados, ya no solo prendas; por ejemplo, condones que llena con agua para ayuden producir curvas en el pecho. Nikki se transforma con los recursos que tiene a la mano y su mejor proveedora es la Enfermería-Ropería.

3.4. Nikki, Nico y los medios de vida

Una complicación que surge con la espera es la de procurarse medios de vida. Si bien La 72 provee hospedaje y tres comidas diarias en pequeñas proporciones para poder sostener a toda la población; quienes esperan por lo general reciben giros de dinero de familiares o amistades. Si son solicitantes de refugio, pueden inscribirse al programa de asistencia humanitaria del ACNUR —conocido como CBI (Cash Based Interventions)— que por tres meses otorga un apoyo económico a quienes se encuentran en espera de la resolución de su trámite de refugio.

También buscan trabajos temporales; aunque, en Tenosique es complicado encontrar empleos y, cuando se encuentran, se han identificado prácticas de explotación con la población migrante. En el caso de las trans*, cuando se dan a la búsqueda de algún trabajo, la mayoría son en centros nocturnos del pueblo donde se les exige ser parte del entretenimiento de los clientes. Desde bailar, beber alcohol a cambio de cinco a diez pesos mexicanos y tener contacto físico y/o sexual con ellos por cincuenta. Esto se debe también a la percepción que en la comunidad se tiene de ellas. Como las chicas trans* de ese momento comentaron: «No hay encuentro de respeto», pues son «consideradas más que como personas como objetos sexua­les» (Conversatorio con población trans* de La 72, 26 de octubre de 2018).

Durante los meses que estuvo en Tenosique, Nikki buscó hacerse de ingresos para poder comprar alimentos, productos de uso personal, juntar algo de dinero para cuando la espera terminara. En los trabajos que encontró, que fueron fugaces, su identidad de género no siempre fue la misma. Regresando a la escena de la Enfermería-Ropería, cuando Nikki está negociando sobre las nuevas prendas de vestir, hay un cuestionamiento que la interpela: «¿ya nunca volverás a usar tu ropa de hombre?», como si la identidad tuviera que decidirse tajante e irreversiblemente. De entrada llama la atención que Nikki niega. Ella necesita su ropa masculina para ir a trabajar a la granja, en donde realiza labores como agricultor. Por eso no se deshace de toda su «ropa de hombre», o tal vez con la esperanza de seguir realizando trueques en la Enfermería-Ropería con otras personas; sino es porque presiente que su identidad femenina no será eterna.

Nikki platica que antes de la granja, como Nico, consiguió un trabajo picando carne: «De hecho ya me habían contratado pero no me habían preguntado de donde era, porque decían que yo parecía de acá». Sus rasgos físicos le permitieron camuflarse con los oriundos; sin embargo, al siguiente día se le cuestiona: «¿Y de dónde eres, chico? Soy de Honduras, soy ­catracho, soy inmigrante, estoy en trámite de papeles. ¡Ah! Pues trabajé ese día, entonces, me sacaron al siguiente día, cuando llegué me dicen: Mira que se presentó un problema y te vamos a tener que sacar, solo porque les dije que era de Honduras».

Eventualmente, Nikki decidió dejar su trabajo en la granja e intentó hacerse de medios de vida, pero ya no como Nico sino en una identidad femenina:

Nikki me dijo que había sido su primer día de trabajo, aunque una noche antes ya había ido allá. Me empezó a platicar lo que tenía que hacer en ese «bar», no solo era bailar en el tubo, aparte tenía que tomar con los viejos panzones para poderse ganar 5 pesos más y, «sí, lo confieso» tenía que besarlos «todo por 50 pesos». Nikki lloraba desconsolada, las lágrimas le escurrían en cascada, una tras otra y no paraban. Me daba los detalles de lo que sentía profundamente como un indignante trabajo, pero que era el único que había encontrado. De cómo todo eso era por un mísero pago, pero que necesitaba para alimentar a su madre… «Es que no tengo otra alternativa, Victoria, no encuentro trabajo de otra cosa. Todos me mandan al bar, a fichar. No es bonito, no lo hago por gusto tener que bailar ahí» e insistía en los panzones asquerosos. Lo repetía una y otra vez. Estábamos sentadas en el piso, a la ­orilla del barandal blanco del albergue. (Diario de campo, noviembre de 2018, Tenosique)

Esa noche Nikki llegó alcoholizada, por ello, los guardias del albergue —un grupo de quince migrantes por lo general hombres a cargo de la seguridad de este— le impidieron el paso. Ella no podría acceder en esas condiciones de acuerdo a las reglas del lugar. Tras mi imposibilidad para negociar, convencer a los guardias y al director de la casa en turno de dejarla pasar, Nikki pasó esa noche a la intemperie pero a la luz de la frontera del albergue. Ningún argumento fue suficiente para convencerles de las implicaciones de habitar nocturnamente la ­calle para Nikki, pudo más la regla. Incluso cuando Nikki había sido víctima unas semanas antes de violencia sexual en calles cercanas al albergue.

En el viaje de Nikki, de visita a la identidad femenina, las alianzas que va tejiendo en este territorio de la espera le permiten liberarse a ratos y ser ella misma. Sin embargo, el sistema hace sus lecturas de esos marcadores de identidad pues esta tiene implicaciones de dónde sí y dónde no puedes ser, en este caso, apto para un trabajo. Y esto incluye también la identidad nacional y su identidad migrante. Nico logró conseguir dos trabajos, uno en el que fue desechado por ser migrante; otro, el de la granja, que era parte de un proyecto del albergue, si bien demandaba un importante trabajo físico, implicaba menos riesgos en términos de violencia y discriminación por su identidad migrante. Pero, la búsqueda de medios de vida para Nikki arroja resultados distintos en donde el cuerpo es instrumentalizado y afectado de otra forma. Si bien pareciera que las posibilidades son muy limitadas tanto para Nico como para Nikki, Nico encuentra algunas grietas en donde escapa de la sexualización mientras que las posibilidades de Nikki apuntan hacia esta como medio de vida. En su búsqueda por trabajo el sistema le dice que no tiene cabida.

3.5. Nikki entre percepciones

En este territorio de la espera, hay una serie de percepciones que afectan la (re)configuración de la identidad de Nikki. Primero está la percepción que ella tiene de sí misma, que no emerge en este contexto en particular de Tenosique y el albergue, quizá se refuerza, pero no es nuevo sino que viene arrastrándolo de tiempo atrás. Sentimientos de extrañeza, inseguridad, inconformidad, incapacidad: «Pues, me siento como una extraña, la verdad, en el mundo… No me siento muy capaz».

Por otro lado, entra en juego también la percepción que sus compañeres del módulo tienen de ella: «Algunas compañeras dicen que yo soy fea. A veces pienso que tienen razón porque cuando yo me veo también al espejo no me miro bien». Esta surge ante la demanda y exigencia de la belleza, un elemento indiscutible en la construcción de la identidad femenina tradicional. Las mismas personas que son sus aliadas para la transformación, en el contexto de la Fiesta, son las que a través del discurso le dan vida al estereotipo de belleza, en el cual Nikki no encaja; constantemente es el blanco de burlas al interior del albergue. En una ocasión un estilista llegó a regalar cortes de cabello para la población. Quienes se beneficiaron caminaban por el albergue con la frente en alto; pero, Nikki lo vivió distinto. El estilista decidió hacerle un corte muy al estilo soldado americano que le costó una serie de burlas. Ella lloraba porque sentía que el corte no le favorecía. En otro momento, las burlas trascendieron lo verbal cuando una compañera trans* del módulo le pinchó el busto y dejó a Nikki en un charco exhibiendo el uso de las técnicas que ella usaba para verse más femenina.

Finalmente, está implicada la percepción de su madre. La historia de Nikki es una de las más particulares, pues ella llegó a La 72 acompañada de Doña María. Ver a una trans* migrando con su madre es una rareza. La relación entre ellas es compleja. Doña María es una mujer católica, de unos 60 años, «muy conservadora» y «te lo dice siempre, que ella no tuvo una hija, que ella tuvo un varón… Y que un varón aquí y que un varón allá…» (Nikki, entrevista realizada en Tenosique, 2018).

Doña María anda siempre con bastón por su discapacidad visual, tiene el cabello canoso y largo a la cintura. La gente la llama «la abuela». A veces anda recorriendo las «calles» del albergue con quejas y reproches entre dientes. Se queja porque desde que «Nico» se empezó a vestir y a juntar con las lesbianas la tiene descuidada. Que no la saca a la calle por comida. Doña María también canta y escribe. Cuando sacan la guitarra, ella es la voz principal. Me enseñó una canción de cumpleaños que ella misma compuso. Nikki tiene algo de este talento, mismo que le hizo ganar el día de muertos el concurso de calaveritas. Una calaverita bien política sobre el presidente de Honduras. La audiencia coreaba su nombre para alentarla: «¡Nikki, Nikki, Nikki! (Diario de campo, noviembre de 2018, Tenosique)

Mientras que para Nikki la identidad femenina que había deseado por mucho tiempo emergió en el albergue independientemente de la presencia de su madre, para Doña María era importante ocultarla; que no traspasara fronteras y no llegara a oídos de su familia en Honduras «porque dice que le van a echar la culpa a ella». Ante el rechazo y el conflicto con su madre, Nikki me dice con una mezcla entre agobio y esperanza: «algún día le tiene que pasar». A pesar de todo Nikki y Doña María se cuidan mutuamente. Doña María también busca medios de vida; de contrabando en el albergue vende cigarros. Nikki hace énfasis en que busca un ingreso porque necesita alimentar a su madre. La noche que Nikki durmió a la intemperie tras trabajar en el bar, Doña María la había estado buscando por la tarde sin éxito. La habían invitado a comer pollo y le había guardado algo a Nikki para que cenara. Es decir, las dos, cada una por su lado, se estaban procurando el alimento.

Un día nos tocó presenciar a todes en el albergue, menos a Nikki, uno de esos momentos en los que se le pasó a Doña María el enojo. Ocurrió en un evento público donde se estaban realizando una serie de encuentros para realizar un informe desde la población donde se expusieran los riesgos y violencias que enfrentaban en la frontera sur y en Tenosique las personas migrantes. Ella manifestó su preocupación por la integridad de su hija —en femenino—, pues le consternaban las violencias que enfrentan las mujeres trans*, ocasionando una ola de emociones entre el voluntariado, que nos volteamos a ver con emoción —que a algunes se nos cristalizó en lágrimas—. Nikki en ese momento no estaba en el albergue. Cuando platiqué esto con ella, entre risas dice: «Pero, fue un momento que estaba de buenas». Como el nacimiento de Nikki en la Fiesta, el reconocimiento de Doña María también emerge en la esfera pública y lo hace como denuncia de una realidad de violencia para las trans*. Entonces, independiente de que Nikki decidiera identificarse como chico gay en las siguientes semanas, el reconocimiento ya no es solo para ella, es para las trans*. Esta acción de reconocimiento probablemente no hubiera sucedido así sin la espacialidad y las relaciones sociales que se tejen en el albergue, sin el tiempo para la reflexión y las situaciones que la espera hizo emerger.

4. A modo de cierre: el punto de vista trans* sobre los territorios de la espera

Musset sostiene que trabajar en los intersticios y tiempos-espacios de transición «es fundamental para entender las interacciones sociales que se establecen en los tiempos y territorios de la espera» (Musset, 2013). A partir de los relatos etnográficos previos se ha buscado reflexionar en torno a lo que sucede con el deseo trans* cuando se habita un territorio de la espera, así como también sobre las (re)configuraciones de la identidad trans* en estos tiempos intersticiales. Algunas líneas de pensamiento que se plantean para continuar pensando críticamente los territorios de la espera, que se enriquecen del punto de vista trans*, son los siguientes.

El territorio de la espera se habita con el cuerpo; y el cuerpo, con sus múltiples rasgos identitarios, afecta las formas de navegar la espera. Cuando hablamos del cuerpo, es esencial considerar tanto sus dimensiones materiales como las lógicas sociales en el que está inmerso (Muñoz, 2018). Y, esa consideración hay que hacerla desde un punto de vista interseccional; según McCall (2005) los estudios de caso, las historias individuales, los eventos constituyen un punto de partida sobre el cual se pueden comenzar a desenmarañar las complejas formas en las que se experimenta la intersección de categorías vividas cotidianamente por los sujetos (apud Valentine, 2007, p. 15). Como habitante de un territorio de la espera, Nikki experimenta con la identidad y materializa el deseo trans* temporalmente. Como Nikki, vivirá en cuerpo propio las implicaciones generizadas de ser chica trans*; pero también, como Nikki-Nico vivirá las implicaciones marcadas por su condición migrante y su nacionalidad hondureña.

La espera, el deseo y la identidad tienen que pensarse no solo desde lo individual sino también desde lo colectivo. Más que ser un proceso meramente individual, la espera es un proceso colectivo (Musset, 2013). Por otro lado, el deseo debe entenderse también en función del entramado social en el que se sitúa (Parrini, 2018). Finalmente, la identidad surge de la interacción del cuerpo con un mundo marcado por el género (Muñoz, 2018). A lo largo del relato de Nikki es posible identificar el papel que tiene la espera en la (re)configuración de su identidad. Los cambios que va implementando, experimentando, materializando y reflexionando no son fortuitos. Por el contrario, vienen de profundos procesos de reflexión; del acompañamiento psicosiocial de MSF que la invitan a hacerse la pregunta: «¿quién tu eres en verdad?»; de las largas charlas con el fraile franciscano en torno a los conflictos que se planteaba sobre su identidad y las expectativas de género religiosas; de la presencia de las trans* que hace aparecer corporizada y materialmente en este territorio de la espera la identidad que Nikki había estado deseando por mucho tiempo. Y, no menos importante, también de experiencias de discriminación y violencia asociadas al vivirse como mujer trans* en esta región.

El deseo está atravesado por una serie de factores, mismos que pueden generar (re)configuraciones en la identidad. Muñoz sostiene que «el deseo generizado de las personas trans lleva a que dicho deseo social se encarne…», pero también que la identidad trans* emerge a partir de la alteración (in)voluntaria «de las lógicas y dinámicas del cuerpo, lo cual genera una (nueva) manera de habitar el mundo generizado» (Muñoz, 2018, pp. 222-226). Musset plantea que las dimensiones temporales de las que está hecha la espera consideran la memoria de los lugares anteriores, pero también las proyecciones en el futuro, es decir, el deseo de un mejor porvenir (Musset, 2013). De manera que en Nikki coexisten estos dos deseos, el deseo trans* y el deseo de vivir mejor. Antes de decidir vivirse cotidianamente como mujer —y durante este viaje de género que emprendió en este territorio de la espera— Nikki realiza una reflexión relacionada con las implicaciones de ser mujer trans*, de las violencias que enfrentan otras subjetividades: «miro que son menos criticados los gays». Algunos meses después de que partí de La 72, Nikki me compartió que había decidido declararse chico gay. Me dijo que se sentía más tranquilo así. La decisión de Nikki de corporizar un identidad como chico gay no debe ser entendida meramente como una renuncia al deseo trans*, pues es también una apuesta por la vida. Es un deseo de vivir atravesado por una marca de género en un contexto de múltiples violencias. Pero, también vale la pena considerar que —como bien demuestra Nico al trabajar en la granja o al buscar trabajo en la carnicería— las decisiones no siempre son destino. También pueden interpretarse como agenciamientos estratégicos para la sobrevivencia; pues, como se viene resaltando, la autoproclamación o la ocupación de una u otra identidad o posición tiene implicaciones sociales y políticas que dan distintos matices a la experiencia del género y experiencia migratoria de cada persona. Y, adicionalmente, el componente onírico de las migraciones (Ríos-Infante, 2023, p. 158) —los sueños y deseos— también son materialmente operativos y ocasionan giros en las trayectorias migrantes. Lo anterior lleva a cuestionarnos si el deseo de vivir también tiene una marca de género; si las jerarquizaciones del deseo también tienen traducciones materiales sobre el cuerpo.

La espera no es solo suspensión, sino que también es instrumentalizada por quienes la habitan. Musset ha planteado que la espera transforma a sus habitantes (2013). Para Nikki este tiempo intersticial es un tiempo de experimentación. Desde la experiencia corporizada de habitar este territorio como mujer trans* hace sus cálculos; porque finalmente el cuerpo trans* habla por su misma materialidad. Y a pesar de que ella narra que en México veía menos violencia hacia las trans*, no es suficiente en su valoración de los riesgos para continuar habitando una identidad femenina. De manera que, Nikki pone a su servicio la espera, la instrumentaliza al materializar una identidad deseada, aunque lo fuera temporalmente. El tiempo-espacio de la espera se vuelve para Nikki un laboratorio en el que experimenta sobre su identidad. Así, esta experiencia de Nikki a través de un territorio de la espera particular es también un viaje fenomenológico que aborda la dimensión existencial del ser trans* en una situación de espera.

Como ha señalado Musset, cuando estudiamos la migración, «al trabajar sobre la espera y no sobre el movimiento, estamos tratando de pensar las cosas de manera diferente y de cambiar el paradigma analítico» (2013). Este giro en el paradigma puede enriquecerse al incorporar un lente analítico que considere lo trans* no solo como perfil poblacional dentro de las migraciones, sino también como una posición epistémica. En tanto que una de las inquietudes al explorar los territorios de la espera ha sido abordar la multiplicidad de la misma y sus variadas dimensiones, y los estudios trans se caracterizan precisamente por analizar la multiplicidad inherente a los sujetos, se propone la incorporación del punto de vista trans* para continuar ampliando los entendimientos de las complejidades que ocurren en estos territorios de la espera.

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[1] Trans* es un término que acoge una diversidad muy amplia de identificaciones y subjetividades. Utilizo el término trans* «como una estrategia inclusiva de la variabilidad humana en el campo del género» (Pons Rabasa y Garosi, 2016, p. 311) y le acompaño del asterisco para enfatizar dicha pluralidad de experiencias (Stryker, 2017, p. 39).

[2] La investigación es la de mi tesis para obtener el grado de doctora en ciencias sociales, titulada «El blanco de la diversidad»: fugas del cuerpo y del espacio de mujeres trans*migrantes mesoamericanas (tesis doctoral inédita). Tecnológico de Monterrey. Disponible en: https://repositorio.tec.mx/handle/11285/649743

[3] 46 de ellas en el marco del proyecto colectivo «Transformaciones de la globalización y gestión de la migración. Diagnóstico multidimensional de la situación frente a la pandemia del COVID-19». Financiado por Conacyt, como resultado de la convocatoria «Apoyo para proyectos de investigación científica, desarrollo tecnológico e innovación en salud ante la contingencia por COVID-19, convocatoria 2020-1». Proyecto implementado por investigadores de la UERRE, ITESM, UANL y UDEM. Teniendo como Investigador Principal al Dr. Juan Doncel. Pueden consultarse productos derivados del proyecto, así como el resto de los integrantes del equipo de investigación en: www.poliedrica.mx

[4] Casa Indi, Lamentos Escuchados, Casa Monarca, CasaNicolás (todas estas en el área metropolitana de Mon­terrey); Casa del Migrante de Tijuana, Albergue La Roca, Albergue YMCA (en Tijuana); Casa Mambre y los albergues temporales Palillo y Deportivo Reynosa (en Ciudad de México); Casa del Caminante (Palenque, Chiapas); La 72 (Tenosique, Tabasco); Casa del Migrante (San Luis Potosí); Casa del Migrante (Ciudad Juárez).

[5] Información extraída de Data Mexico. Recuperado de: https://datamexico.org/

[6] De aquí en adelante, la voz de Nikki aparece entrecomillada. Estos verbatims son todos extractos de la en­trevista realizada en Tenosique en 2018.

[7] Nikki es el nombre social de la interlocutora, el que ella solicitó que fuera empleado para contar su historia. Sin embargo, en tanto que esta reflexión sobre la identidad trans* en los territorios de la espera surge como una inquietud posterior al trabajo de campo, en ese momento no era relevante el preguntar por el uso su nombre legal. Por ello, ante la imposibilidad de contactar con la interlocutora en el momento de la escritura de este texto, se decidió dejar Nikki, tal como lo autorizó y anonimizar el nombre legal para proteger su identidad.

[8] Un cambio de ropa completo: playera, pantalón o falda, ropa interior.