El mañana, un vasto repertorio de identidades.
Presentación
Tomorrow, a vast repertoire of identities.
Presentation
Pablo Francescutti
Universidad Rey Juan Carlos I
Palabras clave Identidades |
Resumen: Este texto presenta el número monográfico «Identidades futuras» que aborda la relación entre identidad y tiempo futuro. Aunque los especialistas académicos han reparado poco en ello, nuestra sociedad futurocéntrica especula intensamente con el devenir de las identidades; abundan, de hecho, las identidades futuras en la ficción y en el discurso público. Los trabajos que aquí se recogen se centran en sólo algunas de las expresiones de las identidades futuribles (étnicas, de mujeres, parentales, extraterrestres, de clase social e individuales) y aunque se toman diferentes perspectivas, la revolución tecnológica aparece como variable importante en todos ellos. El número presenta las contribuciones de Lena Kugler, Ezequiel Gatto, Jimena Escudero Pérez, Lidia Merás, Esther Marín Ramos, y Massimo Leone. Dos papeles críticos de la mano de Javier Callejo y Lautaro Cossia completan el número. |
Keywords Identities |
Abstract: This text presents the monographic issue ‘Future identities». It addresses the relationship between identity and future time. Although academic scholars have paid little attention to that issue, our futurocentric society speculates intensely on the future of identities; indeed, future identities abound in fiction and public discourse. The papers collected here focus on just a few of the expressions of futurible identities (ethnic, women’s, parental, extraterrestrial, class and individual) and although different perspectives are taken, the technological revolution appears as an important variable in all of them. The issue features contributions by Lena Kugler, Ezequiel Gatto, Jimena Escudero Pérez, Lidia Merás, Esther Marín Ramos, and Massimo Leone. Two critical papers by Javier Callejo and Lautaro Cossia complete the issue. |
* Correspondencia a / Correspondence to: Pablo Francescutti. Universidad Rey Juan Carlos I, Campus de la Universidad Rey Juan Carlos, Departamental I. Camino del Molino, s/n (28943 Fuenlabrada-Madrid) – luispablo.francescutti@urjc.es – https://orcid.org/0000-0002-5369-2835.
Cómo citar / How to cite: Francescutti, Pablo (2025). «El mañana, un vasto repertorio de identidades». Papeles de Identidad. Contar la investigación de frontera, vol. 2025/1, presentación, 1-7. ( http://doi.org/10.1387/pceic.27201).
ISSN 3045-5650 / © UPV/EHU Press 2025
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Creative Commons Atribución 4.0 Internacional
Que atravesamos una crisis de identidades es cosa sabida. El ataque al esencialismo de las identidades ha sido demoledor. Los aparentemente inmutables roles de género se han visto trastocados por el feminismo y su deconstrucción de la femineidad tradicional, así como por la teoría queer y el activismo trans, convencidos de que las identidades son arbitrarias y manipulables por el sujeto. En paralelo, el desorden mundial socava las identidades colectivas. Estas siempre necesitaron de un Otro, real y/o imaginario, para constituirse «a la contra». El fin de la Guerra Fría desconcertó a las sociedades que se creían compuestas por individuos liberales, autónomos, tolerantes y humanistas frente a la racionalidad instrumental del hormiguero colectivista del homo sovieticus, una criatura insensible, con el cerebro lavado por la propaganda e indiferenciada (incluso en la indumentaria). Tuvieron que inventarse un Otro con prejuicios orientalistas y redefinirse en oposición a un Islam fanático, oscurantista y patriarcal. Últimamente, las ultraderechas se parapetan detrás de las supuestas purezas étnicas amenazadas por el mestizaje o la sustitución por «razas inferiores». Por su parte, las identidades masculinas tradicionales se tambalean ante la redefinición de los roles de género y la aceptación de las sexualidades no normativas, y reaccionan con una dificultosa adaptación (el estilo «metrosexual») o se atrincheran en las masculinidades tóxicas reivindicadas por las extremas derechas. Por no hablar de las grietas en las identidades nacionales, visibles en la idealización de la provinciana Little England por parte de los brexiters, o en la confusión de quienes nacieron soviéticos y actualmente no saben si considerarse rusos, cosacos o ucranianos.
En nuestro tiempo presente, las identidades de todo pelaje se hallan en estado líquido, por usar la manida fórmula de Bauman. Su efervescencia no puede dejar de repercutir en los imaginarios de una sociedad futurocéntrica como la nuestra, que, a despecho de lo que diga la crítica postmoderna, mantiene incólume su orientación hacia el mañana y saca de la imaginación futurista los objetivos y la inspiración para la acción social. Surgen entonces preguntas por el devenir de los conjuntos heterogéneos de rasgos que definen a un individuo, total o parcialmente (a estas alturas, hablar de una única identidad personal resulta insostenible), y se cuestiona el futuro de las identidades tal como las conocemos.
Existen pocos estudios sobre las relaciones entre el futuro y las identidades (quizás el primero haya sido la obra colectiva compilada por Markley y Harman en 1982). En general, se ha tendido a considerar el pasado como el vasto repositorio del cual se extraen los elementos para armar identidades emergentes (recuérdese el apunte de Marx sobre cómo los revolucionarios franceses de 1789 buscaban, como quien hurga en un guardarropa, los ropajes de la Roma republicana para diferenciarse). Mas, como señalan Demneh y Morgan (2018, p. 59), las relaciones de la identidad con la temporalidad son más amplias. Hay identidades heredadas del ayer (historia, raza, nacionalidad, etnicidad, religión…), otras vinculadas al presente (familiares, laborales, educativas, de género…) e identidades de destino[1] conectadas con el futuro. Y si bien es innegable que la historia nutre identidades, «estas también se originan de los mitos y metáforas en conexión con imágenes del futuro, que son fluidas y flexibles», apuntan los autores citados (ibid., p. 60); «de allí que sean maleables, y una vez que la gente toma conciencia de ellas, puede conscientemente participar en la crítica social y en la reconstrucción de esas imágenes de futuro y adquirir una nueva identidad» (ibid.). Sin ir más lejos, el multiculturalismo lleva en sí una intuición utópica en la que la diversidad de identidades coexiste sin Otros hostiles que impidan el disfrute y la apreciación de las diferencias.
Más explícita y radical es la propuesta tecno-utópica del transhumanismo (Hughes, 2013). A contrapelo de la presunción de una identidad humana estable y eterna, defiende que las tecnologías nos permiten modificarlas a gusto. Esta corriente sostiene que la identidad radica en la conciencia y estima factible convertirla en un compendio de datos que se pueda cargar y descargar de dispositivos digitales. Va de suyo que este retorno sofisticado a la oposición cuerpo/alma de platónica memoria, manifiesta en la noción de una identidad humana incorpórea, encierra una promesa de inmortalidad. Quienes han hecho del alarmismo anti-transhumanista un filón editorial (Harari, 2016) se explayan sobre los riesgos de tales transformaciones, como la segregación social entre quienes disfrutan de recursos para mudar de identidades y los ciudadanos de segunda clase atados a sus viejas personalidades. Y otros auguran que las identidades futuras serán inevitablemente post-humanas, en el sentido de que trascenderán —generalmente por mediación tecnológica— lo que la antropología filosófica y el sentido común entienden hoy por humanidad.
Este monográfico pretende investigar el horizonte abierto a las identidades. En su avance hacia esa terra relativamente ignota se apoya en un abigarrado corpus de obras literarias y fílmicas, y ensayos dedicados a las metamorfosis de la identidad desde la Revolución Industrial, con figuras de la Otredad como el alienígena, el clon, el mutante, el robot, el doble o doppelgänger que estimularon la reflexión sobre la personalidad escindida, ilustraron el descentramiento del sujeto cartesiano y alertaron de la despersonalización promovida por la sociedad de masas. Equipados con el instrumental ensayado en el análisis de esas otredades y enriquecido con metodologías de última generación, los autores de los textos que a continuación presentaremos indagan en determinadas identidades futuras a partir de los indicios que el futuro visibles en el presente: las tendencias, proyectos, discursos acerca de lo que vendrá y las imágenes colectivas del mañana plasmadas en el arte y la divulgación.
Un repertorio sustancioso
Un tópico de máxima relevancia en nuestra época es la identidad étnica, tanto más cuando el nacionalismo nativista va ocupando el lugar dejado vacante por ideologías «ecuménicas» como el socialismo o el liberalismo, y alimenta virulentos conflictos, xenofobia y supremacismos. De ahondar en la materia se encarga Lena Kugler al escoger una identidad que desde el siglo xix mayor controversia, pasión y reflexiones ha suscitado dentro y fuera de la etnia concernida: la judía. Desde la Ilustración, son incontables las discusiones de artistas, escritores, políticos y pensados de la Diáspora que arrancan con el dilema entre la adhesión al judaísmo tradicional y el asimilacionismo; se dividen a fines del siglo xix entre la identidad sionista centrada en la construcción de un hogar nacional para el pueblo elegido y los partidarios del asimilacionismo y los contrarios a cualquier nacionalismo judío: las izquierdas (bundistas y marxistas) y los defensores de un judaísmo laico desterritorializado definido por el legado cultural; continúan con la acuciante cuestión de la supervivencia física frente al nazifascismo, hasta la crisis actual suscitada —al menos para un sector del judaísmo— por el choque entre una identidad erigida en buena medida sobre la memoria del Holocausto y la opresión a los palestinos por el Estado de Israel. Kugler sitúa la novela del autor judeoalemán Martin Salomonski (1934) contra el fondo de los debates de los años ‘20 acerca de la localización del «hogar nacional judío». En sus páginas escenifica una solución «extraplanetaria»: nada menos que el establecimiento de una colonia de refugiados judíos en la luna. En la línea de los proyectos territoriales propuestos por el sionismo, Salomonski presenta una opción totalmente distante, conceptual y espacialmente, de las zonas geográficas contempladas por Herzl y sus seguidores (Argentina, Madagascar, Palestina…).
La autora liga la fantasía de un judaísmo extraplanetario a las posturas de quienes cuestionaban su emplazamiento en «Tierra Santa», habida cuenta de que Palestina no estaba deshabitada. Para algunos lo ideal sería alojarlo en un lugar completamente despoblado. ¿Qué mejor entonces que la luna, que además reviste una importancia especial en la cultura hebrea, regida por un calendario lunisolar? Lo había dicho el activista judío Francis Montefiore: «un territorio políticamente virgen solo puede encontrarse en la luna»; y décadas más tarde, Hanna Arendt añadió: «la luna es el único lugar donde todavía podemos estar a salvo del antisemitismo» (2007, p. 142). Salomonski concibió su utopía lunar poco después de la subida de Hitler al poder. Cuando todas las naciones cerraban sus puertas a los judíos perseguidos y no se articulaba una respuesta política global al antisemitismo rampante, el novelista vislumbró una vía imaginaria de escape: la Diáspora selenita, una salida que, como todas las demás, le estuvo negada, pues murió asesinado en Auschwitz, en octubre de 1944. El escritor da a entender que la «Tierra Prometida» no debe buscarse en el pasado, en el lugar de origen (Samaria, Galilea y Judea) sino en el futuro: el mañana puede proporcionar una alternativa a una identidad cuestionada desde diversos frentes. Kugler concluye que espacios ficcionales de este estilo van al meollo mismo del judaísmo. Como pregunta el personaje de otro relato: «si hubiera alienígenas gentiles, ¿por qué no podría haber alienígenas judíos?». ¿O criaturas que «parezcan judías» y, dotadas de once brazos y pies de oruga, «no sean humanas en modo alguno»?
Con cierto paralelismo con el trabajo de Kugler, Ezequiel Gatto indaga en la reconfiguración de las identidades insinuada en la renovada exploración espacial. Sobre la base de la habitual asociación de la identidad al territorio, especula cómo los escenarios ultraterrestres modelarán a sus colonos humanos. Con esa idea había jugueteado Stanley Kubrick al final de 2001: una odisea del Espacio, cuando el astronauta moribundo se transfigura en el feto que flota en el vacío cósmico dentro de su burbuja amniótica, el heraldo de un salto evolutivo de nuestra especie asistido por la tecnología aeroespacial. Sin grandilocuencias, Gatto explora las posibles transformaciones de la humanidad insinuadas en el discurso de la conquista de nuevos mundos, formulado entre otros por Elon Musk, uno de los más visionarios e influyentes empresarios de nuestros días. Musk es, además, un consumado exponente de la identidad emprendedora querida por el neoliberalismo (una variante de la identidad de clase capitalista), con una definición específica: el talante pionero. Musk es un emprendedor que abre caminos hasta ahora jamás hollados por el ser humano. Gatto lo califica de empresario-demiurgo: un hombre de negocios con la voluntad y los recursos para materializar sus visiones y, por lo tanto, modelar las identidades de los sujetos por ellas implicados.
Tomando como objeto de análisis los discursos sobre la terraformación de Marte (su transformación por medio de geoingeniería en un entorno habitable para el ser humano), Gatto se pregunta cómo dicho proceso modificará a los colonos enviados al planeta rojo y avizora la formación de «identidades espaciales corporativas». Estas no estarán al alcance de todo el mundo, sino únicamente de los ganadores en la competición que se avecina por colonizar Marte, quedando los perdedores —casi toda la humanidad— confinados a la Tierra. Gatto sabe que hay quienes imaginan el «espacio como territorio de resistencia e invención política» en el que se promoverán identidades distintas a las prescritas por la futurización corporativa, pero, dada la ventaja que a esta le confiere el haber tomado la iniciativa, se confiesa pesimista. No por ello deja de insistir en la necesidad de ejercicios de «anticipación, especulación y alerta» que permitan diseñar estrategias emancipatorias.
Lo arriba expuesto nos arrima a otro punto crucial del debate contemporáneo: los confines de la identidad humana bajo una avalancha de prótesis médicas y dispositivos injertables o acoplables que potencian nuestros sentidos y facultades, dando motivo para pensar si ya no somos, al menos parcialmente, cyborgs (acrónimo de «cybernetic organisms»). Erosiona todavía más el binarismo humano/máquina la fabricación de androides, ginoides o fembots —robots antropomórficos con rasgos masculinos o femeninos respectivamente—. La sexualización de los autómatas —un dato novedoso, pues a las máquinas se les asignaba un género neutro— es lo que interesa en especial a Jimena Escudero.
Tomando como parámetro el personaje de la «mujer artificial», la autora se remonta a su entrada en escena en la proto-ciencia ficción del siglo xix con La Eva Futura (De l’Isle-Adam, 1886) hasta llegar a la «feminización» de la inteligencia artificial (IA) en el filme Her. Y nota que, a despecho del llamamiento de Donna Haraway (1991) a que las mujeres se apropien de las nuevas tecnologías para tomar el control de su identidad, las representaciones culturales corrientes reafirman, a través de las tecnologías de la información y la comunicación, concepciones clásicas de femineidad: el timbre femenino de las voces artificiales de la gran mayoría de «asistentes virtuales» (decisiva en el enamoramiento del usuario con su aplicación de asesoría sentimental en Her); o los autómatas con inconfundibles cualidades viriles (la masculinidad asesina del primer Terminator) o femeninas (EVA, «la» romántica robot de la que se enamora su congénere Wall-e en el filme epónimo). Saliendo de los textos de ficción, su análisis se extiende a la asistente virtual Siri, la ginoide Sophia, embajadora del programa de desarrollo de la ONU, Liv, la «embajadora virtual del Renault Kadjar», o las robots sexuales (sexbots) de la firma Abyss Creations. Como al inicio de la automatización, siguen siendo los hombres los que inventan «mujeres artificiales» a su antojo. Si bien Escudero estima que el futuro de la identidad humana se perfila incierto, y mucho más en lo que a sexo y género concierne, sí advierte en la feminización convencional de la inteligencia artificial —en el marco del sempiterno binarismo de género— el riesgo de que se anule el potencial emancipador de estas tecnologías punteras: «Si la IA es escrita desde el patriarcado actual y alimentada con los registros del patriarcado histórico, el resultado es tristemente predecible».
Dentro de las identidades familiares básicas se incluyen las parentales, vale decir, las otorgadas por la paternidad y la maternidad. La tecnificación de la reproducción humana iniciada con la fertilización in vitro propició la modificación de los roles asociados a ellas y allanó el camino a la pregunta de qué significa ser madre o padre en los tiempos de la maternidad subrogada y de las familias homoparentales; cambios ahondados por los cambios en los usos y costumbres generados por el feminismo y el movimiento LGTB en cuanto a la filiación y los cuidados de la prole. De los futuribles de esas identidades parentales se ocupa Lidia Merás. Desde una perspectiva postfeminista estudia los casos presentados en tres recientes películas dirigidas por mujeres, con el objetivo adicional de sondear cómo su mirada femenina repercute en imaginarios futuristas tradicionalmente monopolizados por los hombres. Observa Merás que las directoras subvierten roles convencionales, abordan temas tabú como la maternidad no deseada y cuestionan el tópico de la madre virtuosa. A la asociación entre la profesión científica y el género masculino que ha dominado el discurso y la práctica sobre la procreación humana desde el eclipse del discurso religioso, una de las películas opone el personaje de la científica responsable de los experimentos en reproducción humana y figuras masculinas que asumen el rol cuidador abandonado por las mujeres. Con todo, se concluye que la ampliación de los roles de la identidad parental y la mayor variedad de los tipos de progenie no se apartan de la dicotomía hombre/mujer ni ofrecen alternativas.
De enorme importancia para la sociología ha sido la identidad derivada de la clase social de adscripción. Esther Martín se centra en la fluctuación de la identidad proletaria a través de las peripecias de los «replicantes», los humanoides dotados de inteligencia artificial popularizados por la saga de Blade Runner. Recordemos que el robot es una metáfora capaz de significar tanto al obrero «mecanizado» del taylorismo, la peligrosa autonomía de la automatización, como al servicial ayudante del héroe del cuento popular. La pieza R.U.R. (1920) del checo Karel Capek conjugó los dos primeros roles: obreros «perfectos», los robots, que no descansan ni exigen salarios pero piensan por cuenta propia, se confabulan para acabar con sus patrones y, finalmente, con la humanidad. Martín aborda un nuevo sujeto pasivo de explotación laboral: el replicante. Clase de androides creada para ejecutar los peores y más peligrosos trabajos en el espacio exterior, en la secuela Blade Runner 2049 forman parte de la clase trabajadora terrícola. Si en la versión de Ridley Scott su rebelión cobró visos de venganza contra su creador, el plutócrata Tyrrell, en su continuación aparece un Movimiento Replicante por la Libertad, trabado en una lucha sin cuartel con la humanidad opresora y, en especial, contra el sucesor de Tyrrell, otro millonario nerd resuelto a reproducir a los replicantes como esclavos en su plan de colonización planetaria. Martín detecta la aparición de una singular conciencia de clase en estos androides, proceso que afecta incluso a su implacable enemigo, el policía K., un replicante al servicio del establishment opresor. A la vez, hace hincapié en el protagonismo de las ginoides en ese proceso, que se desmarcan así del precedente de María, el robot de apariencia femenina que en Metrópolis —un clásico del cine de ciencia ficción— fungía de agente provocador de la plutocracia.
El último trabajo encara un componente decisivo de la identidad personal: el rostro. El conjunto de rasgos que informan nuestra fisonomía y permiten distinguir a simple vista a un individuo de otro —no hay dos caras idénticas— ha inspirado un sinfín de reflexiones y obras artísticas, patentes en el género pictórico del retrato. Sabedor de su capacidad expresiva y simbólica, Massimo Leone toma al rostro como un signo susceptible de análisis semiótico. Atento a la creación digital de rostros únicos como un «composite» de facciones tomadas de personas diversas, se enfoca en el futuro de la identidad facial y la desestabilización/modificación que propiciará el adelanto tecnológico. En concreto, pasa revista a las mutaciones de la identidad facial en el «metaverso», la «nueva realidad social» anunciada en 2021 por Mark Zuckerberg, el dueño de Facebook. Se promete al usuario que en este entorno virtual cada individuo ejercerá un mayor control de sus identidades. Como si de un videojuego se tratase, las identidades se parecerán a los avatares escogidos por los jugadores, pero con mucha más libertad de elección, pues en el metaverso no rigen las normas sociales, ni siquiera las reglas pergeñadas por los autores de videojuegos. Huelga decir que estas fantasías de empoderamiento individualista potencian al extremo la invención de «identidades online» en la Web 2.0, relativamente libres de las ataduras socialmente impuestas sobre las identidades off-line. Las identidades digitales ya posibilitan su control estatal y corporativo, así como su suplantación espuria. Para Leone, la digitalización arroja una amenaza a la singularidad del rostro.
Avizora un escenario distópico en el que solo los pudientes podrán preservar la singularidad de sus rostros digitales (pagando, claro está), exacerbando la desigualdad ya existente entre quienes cuentan los recursos para modificar sus rostros reales (maquillaje, cirugía estética, tratamientos rejuvenecedores...) y quienes no disponen de ellos. Y finaliza exhortando a la revalorización y defensa del «rostro motivado, el rostro incontrolable, el que es a la vez frágil y encantado (…) no como un simulacro sino como una encarnación (…), no como un instrumento de acceso al cuerpo del otro para satisfacer el propio deseo ilimitado, sino como un fin sin más, un rostro amigo».
Mucha tela por cortar
Entre los cuantiosos aspectos que han quedado fuera del monográfico destaca la autodefinición de la identidad personal. Motivo de una crispada división en el movimiento feminista, da mucho juego para la especulación; basta con imaginar un porvenir en el que cualquiera pueda adoptar las identidades que le plazca y deshacerse de ellas a su antojo, y las impensadas dinámicas de interacción que podrían generarse. Otro campo tampoco tocado son las relaciones imaginadas entre humanos y alienígenas, convenientes para meditar acerca de lo que juzgamos privativo de nuestra especie. El mestizaje entre homo sapiens y seres inteligentes de otros planetas ha sido tratado en películas como Starman, en la que un extraterrestre venido a la Tierra asume la apariencia de un terrícola recientemente fallecido y embaraza a su viuda. Lo mismo puede decirse de las obras que versan sobre animales inteligentes, como los mamíferos acuáticos de la novela Galapagos (Vonnegut, 1985), idóneos para repensar los criterios que consideramos distintivos de la humanidad y la animalidad.
Tampoco se menciona la duplicación de personas, una hipótesis en su día fantástica que con la clonación ha cobrado visos de realidad. No faltan conjeturas acerca del impacto de esta y otras tecnologías en la singularidad de la identidad. Pensemos, por ejemplo, en la posibilidad de la creación infinita de copias de seguridad de los datos descargables que, según el transhumanismo, configuran una personalidad humana. O fijémonos en el mercado negro de clones escenificado en The Sixth Day, una realización ambientada en una sociedad en donde la clonación humana está prohibida; o en el episodio de la serie Star Trek: The Next Generation, en el que, debido a un accidente del teletransportador, el comandante Riker se desdobla en dos personas iguales y urge dirimir cuál de ellos es el auténtico Riker o si hay dos Rikers totalmente indiferenciables.
Ni tampoco se alude a las identidades colectivas en su sentido estricto: las correspondientes a entes compuestos que desbordan cualquier noción de individualidad. Por ejemplo: las mentes grupales de dimensiones galácticas constituidas por las más variopintas especies alienígenas que Olaf Stapledon (1937), escritor de tendencia socialista, concibió como una superación del individualismo y del racismo que sirvieron de caldo de cultivo de los totalitarismos, una visión impensable para quienes no pueden concebir las identidades más que en relación con el individuo. Solo hemos visto atisbos de algo semejante en la «inteligencia colectiva» vislumbrada por Pierre Levy (1994) en los albores de la Red, una «mente virtual» formada por la conexión digital de innumerables internautas que aportan sus reflexiones e ideas sobre un tópico, eso sí, sin perder su singularidad individual.
Cerramos aquí este listado nada exhaustivo, pero suficiente para dar una idea de lo que resta por explorar. Damos, pues, la palabra a los autores, confiados en que al término de la lectura de sus trabajos quedará clara la utilidad de los «experimentos mentales» examinados para repensar las identidades en algunas de sus facetas, así como su construcción, sus mudanzas, sus consecuencias inesperadas, e incluso conocer alternativas creativas. Esperamos que estos trabajos sirvan de acicate a otros especialistas para que ahonden en los aspectos tratados o aborden los no tratados, y por esta vía aporten claves sobre lo que se cuece aquí y ahora, ya que, glosando lo dicho por Robert Merton a propósito de las «profecías sociales», el conocimiento público de las representaciones de las identidades futuras puede determinar que algunas se hagan realidad o jamás lleguen a concretarse.
Referencias
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Capek, C. (1920). R. U. R. Aventinum (edición española: R.U.R. Robots Universales Rossum: obra en tres actos y un epílogo. Círculo de Lectores, 2004).
Demneh, M. T., y Morgan, D. R. (2018). Destination identity: Futures images as social identity. Journal of Futures Studies, 22, 51-64.
Harari, Y. (2016). Homo Deus. Debate.
Haraway, D. (1991). Simians, Cyborgs and Women: The Reinvention of Nature. Routledge.
Hughes, J. (2013). Transhumanism and Personal Identity. En M. More y N. Vita-More (Eds.), The Transhumanist Reader (pp. 227-234). Wiley.
Levy, P. (1994). L’intelligence collective. Pour une anthropologie du cyberespace. La Découverte.
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Salomonski, M. (1934). Zwei in Andren Land. Benjamin Harz Verlag.
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Filmografía
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VV.DD. (1987-1994). Star Trek: The Next Generation. EE.UU.
[1] Por «identidad de destino», Demneh y Morgan (2018) entienden la resultante de la compartición de un conjunto de imágenes sobre un futuro común, creadoras de un sentimiento de pertenencia y de un impulso orientador hacia metas compartidas.