«Un nombre que no es el nombre».
Tránsitos de identidad entre la esfera de aparición y su envés
«A name that is not the name».
Identity transitions between the sphere of appearance and its reverse
María Martínez
UNED
Palabras clave Nombre |
Resumen: La condición de la prostitución o el trabajo sexual es de tránsito permanente: entre formas de ejercicio, entre lugares de práctica y de residencia, y particularmente entre nombres. Ese tránsito también es entre nombres; quien ejerce la prostitución no suele tener sólo un nombre, sino al menos dos: el de su registro de origen, el del acta de nacimiento, el de pila que es el de los vínculos familiares, y el de «guerra» que es el que se usa en el ejercicio de la prostitución. Este último protege del estigma de la prostitución escondiendo la práctica, pero también la identidad. El primero debería ser el nombre de la esfera de aparición y el segundo el de su envés. A partir de conversaciones más o menos formales con prostitutas en España y Brasil, así como con algunas personas que las asisten, trabajo sobre esos tránsitos proponiendo que los de nombre y de identidad son, al tiempo, protectores de una misma y provocadores de un desdibujamiento de la diferencia entre la esfera de aparición y su envés. |
Keywords Name |
Abstract: The condition of prostitution or sex work is one of permanent transit: between forms of practice, between places of practice and of residence, and particularly between names. That transit is also between names; prostitutes do not usually have one name, but alt least two: the name of their birth certificate, the first name, which is the name of family ties, and the «war name», which is the one used in the context of prostitution. This last one protects from the stigma of prostitution by hiding the practice, but also the identity. The first should be the name of the sphere of appearance and the second that of its reverse. Based on more or less formal conversations with prostitutes in Spain and Brazil, as well as with some people who provide them with services, I work on these transits proposing that those of name and identity are, at the same time, protectors of oneself and provoke a blurring of the sphere of appearance and its reverse. |
* Correspondencia a / Correspondence to: María Martínez. UNED. Departamento de Sociología III (Tendencias Sociales). C/ del Obispo de Trejo, 2 (28040 Madrid) – mariamartinez@poli.uned.es – https://orcid.org/0000-0001-9337-3225.
Cómo citar / How to cite: Martínez, María (2024). «“Un nombre que no es el nombre”. Tránsitos de identidad entre la esfera de aparición y su envés». Papeles de Identidad. Contar la investigación de frontera, vol. 2024/2, papel 306, -14.
Fecha de recepción: junio, 2024 / Fecha aceptación: julio, 2024.
ISSN 1695-6494 / © 2024 UPV/EHU
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Creative Commons Atribución 4.0 Internacional
«Poseer un nombre se ha convertido en un rasgo
indispensable para decir de algo, entidad, cosa, colectivo
o persona, que posee identidad; tanto es que no poseerlo
equivale a no tener identidad.»
Gatti, 2007, p. 16
«Nosotras, las olvidadas, ya no tenemos nombre.
Es como si nunca hubiéramos estado ahí.»
Sosa, 2020, p. 229
Brasil, junio de 2024. Gracias a la ayuda de una persona vinculada a la universidad que investiga sobre trabajo sexual, nos encontramos en una imponente avenida central y comercial de la ciudad con V. L.[1] para charlar. Hemos fijado la salida del metro como punto de encuentro. Tras alguna confusión para encontramos, nos encaminamos en búsqueda de un lugar tranquilo para tomar café y charlar. No es sencillo encontrar un lugar adecuado. Requerimos de privacidad, además de tranquilidad: V. L. se dedica al trabajo sexual y la presencia pública es siempre complicada (¿alguien me reconocerá? ¿alguien oirá nuestra conversación y desvelaré lo que quiero ocultar que es el modo de ganarme la vida?). Por suerte el café que encontramos dispone de unos apartados de cristal, parecidos a esos cubículos para fumadores de los aeropuertos desde que el tabaco se limitó en el espacio público. Los apartados nos dejan a la vista de todo el mundo —son de cristal— pero impiden a los otros oírnos y de alguna manera nos protegen de sus miradas; parecemos disponer de una habitación propia. Tras algunos preliminares de cordialidad mientras pedimos café y comentar las limitaciones de comunicación porque yo no hablo portugués y ella no habla castellano, comenzamos la charla.
V. L. cuenta su historia sin titubear. Se dedica al trabajo sexual, particularmente ejerce como escort y sobre todo es actriz porno. Es bastante común en el trabajo sexual cambiar de unas formas de ejercicio a otras: trabajo en calle, en pisos, en clubes, en hoteles, trabajo de escort… Esos cambios suelen ser sucesivos, aunque en ocasiones también en paralelo como es el caso de V. L. A veces están motivados por encontrar un entorno más seguro para trabajar. Otras para mejorar las condiciones laborales. O en ocasiones para asegurar la autonomía. Como cualquier trabajo precario, en este la movilidad y el cambio son una constante. Pero es quizás más notorio en esta actividad en la que incluso el cambio de lugar de residencia se impone: ¿quién no ha oído hablar de cambios entre clubes de diferentes provincias al ritmo del período menstrual, cada 28 días (Oso Casas, 2006)? ¿o de quiénes se van a ejercer a una ciudad unos días por semana o unas semanas al mes para no revelar a qué se dedican en su lugar de residencia (Meneses, 2023)?
Ese tránsito a menudo físico o geográfico va acompañado de otros. El más radical, y sobre el que quiero trabajar en este texto, es el cambio de nombre. Transitar entre dos nombres —el de registro de nacimiento y el de ejercicio de la prostitución, el llamado de «guerra», es común— hace que me interrogue sobre las maneras de estar y no estar en el mundo. Propongo que ese tránsito de nombres establece una relación compleja con el ser (y no ser) parte de lo que Arendt llamo la esfera de aparición (1993/1958) que se ve al tiempo definida y redefinida a través de los tránsitos de nombre. El material para construir este argumento son notas de trabajo de campo dispersas obtenidas en conversaciones con trabajadoras sexuales en Brasil y en varias ciudades de España, además de con algunas trabajadoras sociales que las asisten[2]. El trabajo de campo tenía otro propósito, es decir, no iba buscando el tránsito entre nombres, pero este apareció en varias de las conversaciones. Aquí trabajo con cuatro de ellos.
Tránsito I. Hacia el trabajo sexual
El primer tránsito a considerar es hacia el trabajo sexual mismo. La historia suele repetirse, al menos a este lado del atlántico, donde la situación económica, la falta de papeles, y, en ocasiones, las incompatibilidades de empleos precarios con el cuidado de menores son los motivos alegados para transitar al trabajo sexual. En cualquier caso, las particularidades de esa actividad, trabajo si se quiere, no permiten un tránsito directo: hay acercamientos, mucho desconocimiento sobre las normas de funcionamiento y los códigos a respetar. Especialmente en esta actividad —oculta y ocultada—, no hay manual de instrucciones. Así lo cuenta Giorgina Orellano, secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), en su libro Puta Feminista (2022), que empieza a ejercer el trabajo sexual con la información privilegiada de la mujer que la había contratado para cuidar de sus hijos/as y que también ejercía trabajo sexual. Ella también es clave para conocer los códigos de ese ejercicio: por ejemplo, en la calle hay que saber el territorio en el que moverse y las normas de uso de las esquinas entre compañeras; también los códigos con los clientes para negociar el precio y los servicios siempre previamente; y, cómo no, los códigos con la policía para minimizar su violencia. Esto que cuenta Orellano es relato común entre otras trabajadoras sexuales que tuvieron una o varias compañeras referentes y ahora ejercen de referentes para quien transita a esa actividad.
El tránsito suele ser difuso: no hay un momento concreto en el que se decida que una se va a dedicar a la prostitución; va sucediendo. V. L. cuenta que en su caso no sabe decir cuándo empezó a dedicarse a eso. Sucedió mientras trabajaba como técnica en la asamblea de un estado brasileño. Era la única mujer negra y fue leída desde la sensualidad/sexualización que se otorga a esos cuerpos. Empezó, a propuesta de algunos varones que trabajaban con ella o para los que ella trabajaba, a entablar relaciones sexuales a cambio de regalos; era una sugarbaby 1.0. El paso del regalo —objeto— al dinero y, con él, a la prostitución no sabe decir cuándo, ni cómo ocurrió. El primer tránsito —entre un trabajo «normal» y la prostitución— es, en este caso, un tránsito sin fecha, sin ubicación temporal concreta. Pasó, no más.
Una vez se empieza a ejercer de manera regular, hay también un tránsito que es cotidiano: cada vez que se va a ejercer y vuelta. Como en otras ocupaciones laborales (enfermeros, obreras de la construcción, panaderas, cuidadores…), en esta hay cambio de vestuario, pero de mayor radicalidad. No es sólo ponerte el «mono de trabajo», es transformar tu cuerpo, convertirte en otra. En el caso de V. L. varios son los marcadores de cuando está ejerciendo y cuando no: como prostituta lleva siempre pelucas con el pelo bien largo y suelto y usa uñas postizas con colores llamativos, cuando «vuelve a ser ella» se quita la peluca y se recoge el pelo, sustituye sus uñas postizas por las suyas y se pone un esmalte neutro. Ni su edad es la misma. De hecho, V. L. tiene un armario en el que guarda exclusivamente su ropa y complementos para ejercer prostitución. Ese tránsito es quizás más radical en el caso de P. a quien conocí en la misma ciudad en días posteriores. Ejerce BDSM lo que la obliga a una transformación vestimentaria más radical y al uso de objetos que la sitúan en ese otro mundo. Ambas distinguen claramente, incluso con sus cuerpos, el tiempo del trabajo sexual y el resto.
No marcan, sin embargo, esos tiempos en el día y la noche. Sí lo hace Camila Sosa en su novela Las Malas (2020) que habla de su doble vida: la del día como estudiante y la de la noche como travesti que ejerce trabajo sexual. En estos casos el tránsito está más embarullado, pero siempre hay tránsito entre dos vidas que constituyen dos identidades casi separadas entre las que han de moverse. Y hay que hacerlo principalmente por el estigma (Goffman, 1998; Sánchez Perera, 2022). Da igual que sea en horarios separados —bien por el día o por la noche—, pero siempre hay una separación de mundos entre el del trabajo sexual que se oculta mayoritariamente y el del resto de la vida.
Tránsito II. Nombres que son y no son nombres
Cuando terminamos los primeros intercambios cordiales y ya tenemos los cafés y la grabadora sobre la mesa, V. L. empieza la entrevista diciendo: «Me llamo R. y me dedico al trabajo sexual». Lo mismo sucedió dos días más tarde en la misma ciudad. Aquel día, tras un paseo por zonas de ejercicio de la prostitución de la mano de P., nos sentamos a charlar en un bar y nos dice lo mismo: «Me llamo N. y me dedico al BDSM».
Aquel día fue una revelación para mí. No era la primera vez que oía dos nombres usados para una única trabajadora sexual, pero aquel día me tocó con contundencia. Lo había oído en otras entrevistas, también en charlas colectivas. Recordé una entrevista que había hecho con una trabajadora social de una entidad religiosa que ofrece programas y servicios (desde preservativos y atención sanitaria hasta asesoría jurídica o psicológica) a trabajadoras sexuales o mujeres en situación de prostitución ellas las llaman —no hay tampoco un único nombre para referirse a esto (trabajo sexual, prostitución, trabajadora sexual, prostituta, puta) y hay intensas disputas en torno a ellos— porque para esas entidades la falta de nombre o la falta de acceso al nombre real es literalmente un problema. Así me lo cuenta:
El primer día igual ni le preguntas el nombre porque se puede ofender, pero igual otro día ya te lo dice y te cuenta más cosas, o no, otras tardan más. O te dicen el nombre, pero sabes que no es el nombre real; llegar al nombre real es un proceso que lleva días, a veces. Todas tienen el nombre de guerra que es el que te dan, pero es un nombre sin apellidos ni nada, es el nombre que no es el nombre. Entonces conseguir su nombre real pasa por tiempo, y ya cuando te da el nombre dices: «Ya está empezando a confiar». (Las cursivas son mías)
Encontrar el nombre «verdadero» se entiende como acceso a esa persona que hasta entonces debía ser otra cosa. Desde ese momento se puede establecer el vínculo. El nombre constituye a la persona y su identidad, la hace sujeto y le permite ser parte de la sociedad que es ser con-parte, vincularse a otros.
¿Qué sucede durante el tiempo de ejercicio de la prostitución cuando la vida está atravesada por el tránsito permanente entre dos nombres? ¿es posible que un cuerpo posea dos nombres? En el relato de las dos trabajadoras sexuales brasileñas parece que el tránsito entre sus dos nombres —el de registro y el de «guerra»— se realiza sin problema. A cada lugar y a cada tiempo le asignan uno y entre ellos se mueven. Mientras ejercen la prostitución uno, en otras esferas de su vida, otro.
No es esto lo que me contó, por ejemplo, A. cuando quedé con ella para charlar en una ciudad costera de España. Esto es lo que me dijo:
Sabes, ¿no? que nos ponemos otro nombre. Yo me llamaba O. Pasaba muchas horas en el trabajo. Entonces pasaba mucho menos tiempo con mi gente querida y en mi casa y cuando pasó el tiempo me empecé a dar cuenta de que muchas veces cuando me llamaban por mi nombre con mi gente yo no respondía porque no entendía, o sea, no entendía qué pasaba. Y la gente alrededor te decía: «¿Estás sorda?», «Pues sí, estoy un poquito sorda».
A. estaba en el lugar en el que correspondía llamarse A. —la casa de su familia—, pero el tránsito entre el nombre del trabajo sexual, O., y su nombre de pila no se hacía con tanta facilidad. En ese espacio, la casa familiar, ya se había despojado de las materialidades que hacían de ella trabajadora sexual; pero no era suficiente quitarse la ropa y los complementos (uñas, pelucas). El nombre que usaba en el trabajo sexual había ocupado casi toda su identidad y de alguna manera había hecho que su cuerpo se separara de su nombre de pila, el de registro que es el nombre de sus vínculos familiares. ¿Quién era entonces? ¿Cuál era su identidad?
Si como indicaba al principio del texto con la cita de Gabriel Gatti, tener identidad requiere «poseer un nombre» y «no poseerlo equivale a no tener identidad» (2007, p. 16), ¿qué sucede cuando se tienen dos? ¿Tener dos nombres hace perder la identidad porque ya no se es poseedora de uno único y verdadero nombre? Una opción a la que apuntan V. L. y P. es moverse entre esos nombres, mantener cada nombre en un espacio/tiempo y jugar a la identidad que va asociada a uno y a otro en cada lugar y momento. Son «modalidades débiles» de la identidad (ibid.) que obligan, en este caso, a un tránsito permanente, diario, incluso hora a hora de un nombre a otro que es también de una identidad a otra. Pero ¿qué sucede si la intensidad del trabajo sexual como es el caso de A. / O. es tal que el tránsito ya no sea fluido, que se disloque? ¿Ha dejado A. de ser A. y ha devenido O.?
Tránsito III. Entre la esfera de aparición y su envés
Las tres mujeres de las que he hablado hasta el momento eran ciudadanas de sus países. Las tres habían nacido y habían sido registradas en el país donde residían —Brasil y España— con sus nombres de pila. Sus nombres registrados y materializados en el carnet de identidad (Romero, 2008) les permitían ser ciudadanas. No tenían, por tanto, las dificultades de otras muchas que se dedican al trabajo sexual que por migrantes carecen del registro de su nombre de nacimiento en el lugar en el que residen. V. L. había trabajado en la asamblea del estado en el que vivía, y en el momento de la entrevista estudiaba una carrera además de ejercer trabajo sexual. P. se sana durante días antes de volver a hacer una práctica muy exigente físicamente, el BDSM, y mientras hace lo mismo que cualquier otra persona: preparar su siguiente trabajo, comprar, ir al cine… A. se dedicó antes del trabajo sexual a otra profesión y ahora también lo hace; mientras ejercía trabajo sexual fue durante tiempo una activista pro-derechos de bastante presencia pública. Sus nombres de registro les daban acceso a lo que Arendt (1993/1958) llamó la esfera de aparición, aquella que permite aparecer y ser porque «en el ámbito de los asuntos humanos, ser y apariencia son realmente una única y misma cosa» (Arendt, 1990, p. 98, apud Tassin, 2017, p. 101).
La lógica nos llevaría a plantear que cuando ejercen trabajo sexual y usan otro nombre, las tres desaparecen, que al transitar entre espacios, nombres e identidades entran y salen de la esfera de aparición. Todo es un poquito más embrollado que eso. Primero porque los lugares de ejercicio de la prostitución son ocultos, incluso invisibles, pero no están en un submundo radicalmente opuesto al mundo visible, no están en una supuesta esfera de desaparición —¿puede existir una esfera de desaparición tan siquiera?—. Los lugares de prostitución son detectables: los podemos localizar en nuestras ciudades, también en las carreteras, quizás en nuestro propio edificio; son, en tal caso, el envés de la esfera de aparición. Segundo porque eso hace que haya mucha más confusión entre lo que queda dentro de la esfera de aparición —¿es el sujeto-ciudadano? ¿es la identidad? ¿es la protección y la seguridad?— y lo que queda fuera —¿lo contrario de todo eso? ¿desprotección, inseguridad, no sujeto, sin identidad?—. Finalmente porque los tránsitos de estas mujeres no son tan radicales como podríamos pensar. Tienen dos nombres, en ocasiones una corporalidad para cada nombre, uno para la esfera de aparición que es la de ciudadanía donde se hacen cosas propias y otro para el de las impropias (Juliano, 2009), pero no los manejan con una división tan clara.
Así, por ejemplo, tanto V. L. como P. no usan su nombre propio, de registro, en ciertos espacios públicos como las redes sociales, usan su nombre de «guerra». Aunque las tres han contado a su familia a qué se dedican, no revelan en ese espacio familiar su otro nombre. Sin embargo, V. L., que estudia al tiempo que actúa en cine porno, oculta ferozmente su nombre y la actividad que la sostiene en la facultad. Lo mismo hacía Camila Sosa que cuenta en su libro: «mis amigas, las travestis con que armaba familia, no entendían cómo soportaba la exposición, la luz diurna, la mirada heterosexual sobre mí, cómo era capaz de ir a cursar y de ir a rendir materias, ante profesores que ignoraban por completo mi existencia nocturna.» (2020, p. 135). Camila Sosa y V. L., como muchas otras trabajadoras sexuales, buscan protegerse del estigma (Sánchez Perera, 2022) separando esos dos mundos, aunque ello suponga no sé si desaparecer, pero sí al menos negar esa actividad moviéndose con cuidado en el dentro y en el entre de la esfera de aparición. El tránsito entre nombres que es un tránsito de identidades les permite vivir cuando su modo de vida es sistemáticamente expulsado y sancionado. Y con ello producen un emborronamiento entre la esfera de aparición y su envés.
Referencias
Arendt, H. (1993/1958). La condición humana. Paidós.
Gatti, G. (2007). Identidades débiles. Una propuesta teórica aplicada al estudio de la identidad en el País Vasco. CIS.
Goffman, I. (1998). Estigma: la identidad deteriorada. Amorrortu.
Juliano, D. (2009). Delito y pecado: la transgresión en femenino. Política y Sociedad, 46(1-2), 79-95.
Meneses, C. (2023). Viviendo en el Burdel. Diario de una investigadora. Comares.
Orellano, G. (2022). Puta Feminista. Historias de una trabajadora sexual. Sudamericana – Penguin Random House Grupo Editorial.
Oso Casas, L. (2006). Prostitution et immigration des femmes latino-américaines en Espagne. Cahiers du genre, 40, 91-113.
Romero, C. (2008). Documentos y otras extensiones protésicas, o cómo apuntalar la «identidad». Política y Sociedad, 45(3), 139-157.
Sosa, C. (2020). Las Malas. Tusquets.
Tassin, É. (2017). La desaparición en las sociedades liberales. En G. Gatti (Ed.), Desapariciones. Usos locales, circulaciones globales (pp. 99-118). Siglo del Hombre Editores y Universidad de los Andes.
[1] Siguiendo la premisa que insinúa el título —que hay nombres que no son nombres— en el texto uso únicamente iniciales para las informantes a quienes no quiero exponer yo cuando ellas mismas controlan los usos de sus nombres: el real y los de «guerra».
[2] Las reflexiones que se presentan en este texto son fruto de varios proyectos de investigación: principalmente del proyecto «ViDes. Vidas descontadas: refugios para habitar la desaparición social», dirigido por Gabriel Gatti y financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación (MICIIN) español (código PID2020-113183GB-I00), así como el proyecto que dirijo yo misma «¿Refugios? Genealogía, políticas y experiencias en las casas de acogida para víctimas de trata» (076-044449) financiado por el Plan de Promoción de la Investigación 2022 (modalidad Talento Joven) de la UNED. El trabajo de campo de Brasil se realizó durante mi estancia en el marco de las ayudas de recualificación del profesorado universitario en Buenos Aires gracias a la financiación del Plan NextGeneration de la UE.